![](https://jalisco.quadratin.com.mx/www/wp-content/uploads/2025/01/emilio-ulloa-1-107x70.jpg)
Inteligencia y principios
¡Incertidumbre! ¿Qué pasara, qué estará sucediendo, de qué me estaré perdiendo? Los minutos pasan, se sienten como horas. No hay descanso. No está la distracción, o mejor dicho, la concentración en lo fugaz, superfluo e innecesario.
Pasar un fin de semana sin smartphone, no es fácil. Estamos tan acostumbrados al aparatito que ya se ha vuelto otro miembro nuestro, por no decir, que se ha convertido en nuestro “alter ego”, nuestro otro yo.
Es que somos lo que nos hemos proyectado en nuestras redes sociales. Mismas a las que accedemos a través del aparatito invasor. A veces no somos nosotros, sino lo que quisiéramos ser. De esa manera nos proyectamos. Nos tomamos la foto para el perfil del Facebook llena de filtros suavizantes. Así, emergemos estiraditos, planchaditos, recién retocaditos, sin arrugas, sin el paso del tiempo lacerante y voraz.
En el aparatito, también tenemos buena parte de lo que poseemos. Desde las fotos familiares del último cumpleaños, de las últimas vacaciones (si es que pudimos ir), de los últimos momentos que valen la pena guardar.
También, desde el smartphone podemos hacer compras, pagos; revisar estados de cuenta del banco, incluso, las mujeres (y uno que otro varón) lo usan como espejo para constatar que el maquillaje al dibujarse en el rostro, “no se salga de la rayita”.
El Smartphone es nuestra computadora, pero de bolsillo. Es la nueva versión del periódico. Antes se desplegaban grandes hojas de papel que por razones de la vorágine apocalíptica de la híper -modernidad nunca se alcanzaban a leer. Ahí, en una mesa o en el patio, iba creciendo la torre de periódicos semi leídos y muchas veces, ni siquiera abiertos. Había que esperar a que pasara el señor, que empujando su carreta lastimeramente, “compraba” el periódico, para deshacerse de tanto papel. Ahora, no, en el aparatito maravilla leemos las noticias, las que más nos interesan. Estamos enterados a cada hora, a cada minuto a cada segundo, aunque no sepamos si nos hace bien.
Lo que si podemos constatar es el aumento del estrés que nos provoca el alud de información. No obstante la adrenalina, visual, nos volvemos adictos a estar checando todo. Y así, como la ansiedad de la adicción nos hace movernos hacia aquello que nos roba la voluntad, así estamos con el aparatito: viendo ¿qué? Normalmente nada.
El aparatito también nos da seguridad. Si llego a una reunión y no conozco a nadie, o nadie me hace caso recurrimos al sistema que necesariamente soluciona nuestra vida en sociedad y nos aleja de las hipocresías mundanas y superfluas.
En fin, podemos seguir aquí diciendo muchas cualidades buenas o malas de esta maravilla tecnológica, pero, mi fin de semana sin smartphone, me sirvió para tomar un libro y sentarme a leer en paz, sin distracciones, sin prisa. Me sirvió para reflexionar, para pensar, conviví más con mi familia y, sobre todo, me hizo saber, que no pasa nada, si no traigo el estorbante a mi lado.
—
Esposa: ¿De qué escribiste hoy?
Esposo: ¡De lo maravilloso que es estar sin smartphone!
Esposa: ¿Y pusiste que no lo traes por virtuoso, sino que, lo tuviste que empeñar para comprar una despensa?
Esposo: ¡Esa es otra de sus funciones!