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La Ahogada, el que la prueba se pica
Cuando 11 futbolistas salen de un equipo, cualquiera que sea, es natural preguntarse: ¿Qué está pasando? Chivas femenil dejó ir a cinco jugadoras, a tres más las puso transferibles y otras tres decidieron, por voluntad propia, no seguir con la camiseta rojiblanca. ¿Por qué una sacudida tan fuerte en el plantel?
Lo que hoy vemos es apenas el desenlace de lo que durante los últimos meses se ha ido gestando. Son varios los factores. La historia comenzó con el despido de Ramón Villa Zevallos, en circunstancias no del todo claras. “Después de un periodo de análisis en el que encontramos algunas diferencias en nuestra forma de concebir el desarrollo de nuestras jugadoras, decidimos prescindir de los servicios del profesor”, dijo el club.
En plena pandemia y a sólo unos días de arrancar el Guardianes 2020, el despido cimbró las bases del plantel. Varias jugadoras estuvieron en desacuerdo con la salida del entrenador. Lo peor de todo: sintieron que no tenían voz, que por más que dijeran algo, su opinión no sería escuchada. Ese sentimiento generó incomodidad.
La llegada del Chore Edgar Mejía como mediador sirvió de alguna forma para calmar las aguas. El entrenador trató de unir nuevamente al grupo. Pero de forma individual, poco a poco fueron haciéndose más notorios los mensajes (sobre todo en sus redes sociales), donde se dejaba entrever cierto problema de comunicación con la directiva.
Fuentes allegadas al vestidor aseguran que entre las jugadoras existe inconformidad porque se perdió la línea directa con Amaury Vergara. Ahora, toda inquietud debe ser consultada únicamente con Nelly Simón, directora deportiva. Pero algunos mensajes, como los de Rubí Soto, Daniela Pulido o Andrea Sánchez, generan dudas sobre la fluidez de comunicación dirigencia-plantel. Las tres, por cierto, hoy están fuera de Chivas.
Después, está por supuesto el factor económico. Daniela Pulido destapó la cloaca, al revelar su salario: 4 mil pesos mensuales. Las mismas fuentes cercanas al grupo aseguran que la llegada de refuerzos fue por una parte aplaudida, pero por otra generó inconformidad. Una campeona con Guadalajara en 2017 podía ganar 4 mil pesos, mientras una contratación podía percibir 15 veces más.
Nelly Simón fue muy clara: “Aquí va a estar quien quiera estar”. Vale la pena preguntar: ¿Quién puede juzgar a alguien que busca en su trabajo, del que se supone que vive, percibir el mejor sueldo posible? Y si Chivas no se lo ofrece, ¿es acaso una traición apostar por otra institución que sí se lo dé? A veces no se trata solo de voluntad por vestir una camiseta.
En un futbol como el femenil, que en México es una industria apenas incipiente, se debe entender que difícilmente una jugadora puede vivir con 4 mil pesos al mes. O con un sueldo un poco mayor. El factor económico arrebata: María Sánchez, Nicole Pérez, Andrea Sánchez, Norma Palafox… todas ganarán más en los clubes que ahora defenderán.
Y eso no significa que no hayan querido o que todavía quieran a Chivas. No se les puede “crucificar”, en las condiciones que se viven en la Liga MX Femenil, por buscar una mejor estabilidad económica, que muchas veces se traduce en tranquilidad para desarrollar su trabajo de la mejor forma posible.
La bola de nieve creció hasta que se volvió imparable. Los factores se sumaron uno tras otro. Cada salida del plantel generó dudas entre quienes se quedaban. Algunas decidieron irse al sentir que el proyecto deportivo se tambaleaba. Claro que cabe la posibilidad de que Chore y su plantel logren lo que hoy pocos imaginan. Pero es claro que con varias figuras menos, las posibilidades se reducen. Chivas se desmantela y es normal preguntarse: ¿Qué está pasando?