Reciben Bomberos de Tlajomulco certificado internacional
GUADALAJARA, Jal., 20 de mayo de 2016.- Los teotihuacanos convivían con sus dioses casi como si fueran vecinos. A veces la distancia era tan corta como unas piedrotas verdes de metro y medio encajadas en fosas. Subido a los primeros escalones de la pirámide, el sacerdote echaba un par de tragos y el resto del pulque lo lanzaba sobre las rocas semienterradas. El baño de agave fermentado, de chía o de sangre era la tarjeta ritual de visita a las puertas del inframundo, lugar de abundancia, fertilidad y vida, el lugar donde habitan los dioses.
Estas piedras, pulidas y estilizadas, funcionaban como los pilares que sostenían desde abajo el peso del mundo, como unas autopistas verticales y azules por las que los mortales bajaban solo hechos fiambre y por las que los dioses subían para pasearse entre los vivos.
Hace algunos días, los arqueólogos del Instituto de Antropología mexicano encontraron cinco de estas piedras en la orilla de la pirámide de la Luna, uno de los epicentros de la fastuosa ciudad de Teotihuacán, una megalópolis de más de 100.000 habitantes —comparable con Roma o Alejandría— levantada en el I d.C. y que se mantuvo en pie cerca de siete siglos.
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