
Reconoce Gerardo Quirino labor de los maestros
GUADALAJARA, Jal., 15 de mayo de 2025.- “Yo llego a la escuela y me siento como pez en el agua. Se me olvida todo y a trabajar”.
En 1984, Silvia Mercado Solorio pisó por primera vez una escuela primaria como maestra frente a grupo. No estaba titulada, apenas tenía 20 años, y ese primer día fue por una sustitución de emergencia. Lo que sintió no fue miedo, sino vértigo: “Fue uno de los peores nervios de mi vida. Pero me gustó”. Lo que parecía una entrada accidental a la docencia se convirtió en una carrera de más de cuatro décadas.
Hoy, a sus 60 años, Silvia continúa dando clases en la primaria Margarita Maza de Juárez, en Guadalajara. Su trayectoria ha pasado por escuelas multigrado, rurales, y ahora una escuela urbana que destaca por su participación en programas de innovación e inclusión educativa. Pero su motivación ha sido siempre la misma: el contacto con los niños, la posibilidad de acompañar sus procesos de aprendizaje y crecimiento.
“Me gusta ver cómo aprenden, cómo crecen. Y también cómo cambian. Los ves llegar muy inseguros, con muchos problemas en casa, y luego los ves agarrar fuerza, valorarse. Eso es lo más bonito”, dice.
Maestra por vocación
Silvia estudió en la Escuela Normal de Jalisco. Durante su formación tuvo que combinar sus estudios con la crianza de sus hijos: “Se me juntaron dos cuando aún estudiaba. Me acuerdo que me ponía a hacer tareas en el comedor, mi hijo hacía su tarea también, la niña recortaba, y el bebé estaba en su porta bebé. Lo mecía con el pie mientras escribía”, recuerda entre risas. Reconoce que fueron años difíciles, pero también de mucho aprendizaje.
“Mi mamá me ayudó mucho. Me dijo: ‘Si ya empezaste, lo terminas’. Y así fue”, afirma. Esa perseverancia marcó su carrera y también la de sus hijos, que hoy son profesionistas y le agradecen el ejemplo.
A lo largo de los años, ha impartido clases en todos los grados de primaria, aunque ha trabajado sobre todo con quinto y sexto. Una de las experiencias que más la marcaron fue el haber recibido en su grupo, hace más de 20 años, a un alumno con discapacidad auditiva.
“Me angustié muchísimo. No podía dormir pensando cómo le iba a hacer. Pero dije: si voy a hacer el favor, lo voy a hacer bien. Me preparé, me informé, y me quedé con él dos años. Aprendió a leer”, recuerda con orgullo. Esa experiencia cambió su mirada. Desde entonces ha trabajado con varios estudiantes con discapacidad y actualmente toma clases semanales de lengua de señas mexicanas para seguir formándose.
“Ese niño tenía una mamá muy comprometida. Me invitó a su casa y vi que había rótulos por todos lados: en la cocina, en la sala, en la recámara. Todo decía lo que era. Me emocioné. Le dije: ‘Es usted una gran madre’. Y ella me respondió: ‘Yo nada más soy mamá, pero usted es la maestra’”.
Adaptarse para seguir enseñando
Durante la pandemia, como muchos docentes, tuvo que adaptarse de manera forzada a las nuevas tecnologías. Fue un reto enorme, pero también una oportunidad.
“Nos capacitamos mucho. En la escuela en la que estoy se aprovechó el tiempo, ahora tenemos computadoras, pantalla, proyector, y los alumnos aprenden con herramientas que antes no teníamos”.
Gracias al programa Recrea educar para la vida, su escuela cuenta con tecnología educativa y conectividad, lo cual ha permitido transformar las dinámicas de clase. Aun así, Silvia insiste en que la tecnología es solo un medio.
“No todo es computadora. Hay que saber llegar al niño, hay que observarlo, hablar con él. A veces solo te cuentan algo, y eso te da una idea de cómo ayudarlos”.