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GUADALAJARA, Jal; 29 de junio de 2024.- -Durante una década, Hipólito Mora Chávez defendió a su tierra del crimen organizado. Agricultor, dedicado al cultivo de limón, libró una guerra que le arrebató a su hijo Manuel y que posteriormente también le costó la vida.
Hipólito lo sabía. En entrevistas cercanas al día de su asesinato había mencionado que no creía llegar a Navidad, que la muerte le respiraba en la nuca. A los 67 años de edad, el ex líder de las autodefensas de Michoacán fue asesinado en una emboscada por decenas de sujetos que lo esperaban cuando éste iba de regreso a La Ruana, donde vivía, donde su hijo estaba sepultado, donde él le acompañaría después.
Mora Chávez fue asesinado a balazos y luego le prendieron fuego a la camioneta donde viajaba junto a tres de sus escoltas. ¡Préndele, préndele a la camioneta!, se escuchaba en uno de los videos que se dieron a conocer tras el asesinato. La Ruana estaba en llamas. Los asesinos se dieron a la fuga y aquí no ha pasado nada.
Pero sí pasaba. La figura más importante de los grupos de autodefensas que surgieron en Michoacán ante la inoperante respuesta del gobierno estatal y federal contra los criminales, había muerto. Fue como quedarse en la indefensión, de nuevo en la oscuridad, con el nudo en la garganta y la impotencia clavada en el pecho.
Ha pasado un año desde aquel día en el que, por la tarde, cuando lo estaban velando en la que fuera su casa, las sillas estaban vacías. La gente tenía miedo. Su hermano Guadalupe Mora daba algunas entrevistas y reclamaba a los agentes (que llegaron horas después de la balacera) su huida cuando se registró el enfrentamiento. ¡Ahora sí vienen, cabrones”, les gritaba.
Las horas pasaban y los vecinos y amigos del líder se fueron acercando conforme llegaban más policías. Sus familiares colocaron un retrato y una imagen de la virgen de Guadalupe de la que era devoto. La caja permaneció cerrada. Hipólito Mora había recibido quemaduras en gran parte de su cuerpo y lo mejor era llevarse un buen recuerdo y la imagen de aquel hombre fuerte y valiente que nunca se rajó.
Al día siguiente fue homenajeado ahora sí, por todo el pueblo que acompañaba su cuerpo rumbo a su último viaje, en el que por fin se reencontraría con su amado hijo que le fue arrebatado por venganza, también por los criminales. Las tumbas contiguas son un recuerdo de la lucha que sólo terminó con un cobarde ataque, pero también de que esto no se ha terminado y el ejemplo ya se puso.
“Lo dije en muchas ocasiones, sabía que este día llegaría, lo dije: me voy a morir peleando. Solo no quiero que mi muerte sea en vano”, escribió Mora en una carta dejada a su grupo de trabajo cercano. Aseguró que no pactó nunca con el crimen organizado y eso se sabía, quien lo conocía estaba seguro que Hipólito no mentía.
Los ataques en La Ruana, Buenavista, y municipios cercanos continúa. Ahí se enquistó el crimen. Los cobros de piso y las cuotas, el robo a los cultivos, las amenazas y toques de queda. Algunos de los señalados como probables autores del asesinato de Mora han caído, pero faltan más y parecen reproducirse.
“Que mi muerte no sea en vano”, que no se nos olvide.