El fin del INE o la reforma que se asoma
La jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, antes de la elección intermedia padecía el dilema entre optar por ser ella o despojarse de su identidad para estar a la medida de la forma de ser de López Obrador. Su mejor decisión fue conservarse a sí misma, como muestran su postura respecto a la gestión de la pandemia y su diferencia con la directora del Conacyt en su confrontación hacia la comunidad científica y académica.
La contienda y su desenlace la hicieron cambiar. También cambió el Presidente. Se acentuó su sentimiento de guerra ante el escrutinio de los medios y por el creciente rechazo en los sectores urbanos. El resultado de los comicios debió resultarles traumático. Perdieron asientos en la Cámara de Diputados y la mayoría votó en contra de Morena en casi la totalidad de los grandes centros urbanos, incluyendo a la Ciudad de México.
Ante la fragilidad inesperada, el Presidente radicalizó su postura, su intolerancia y anticipó los tiempos sucesorios adelantando a Claudia Sheinbaum como favorita y a Ricardo Monreal como el último de la fila, a quien se le colgó la responsabilidad de los malos resultados. Claudia dejó atrás el dilema para actuar a la medida de López Obrador. Se despojó de su mejor yo, y frente a muchos temas de sensibilidad actuó a contrapelo de lo que es, cree y siente.
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