
¡¡¡PLOP!!!
Morada de amor y verdad
El Evangelio de este domingo nos presenta un pasaje profundo y revelador de San Juan (14, 23-29)“El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada”.
Esta afirmación resuena con fuerza cuando la analizamos desde la perspectiva de la filosofía aristotélica-tomista, que busca la verdad a través de la razón y la fe.
El amor como principio del orden moral
Santo Tomás de Aquino, siguiendo a Aristóteles, nos enseña que el ser humano tiende naturalmente hacia el bien.
En este Evangelio, Jesús nos muestra que el amor verdadero no es solo un sentimiento, sino una acción concreta: -cumplir su palabra-.
Para el aquinate, el amor es el principio del orden moral, pues nos mueve a actuar conforme a la ley divina, que es reflejo de la ley natural inscrita en nuestro ser.
La morada de Dios en el alma humana
Jesús promete que el Padre y Él harán morada en quien lo ama. Aquí encontramos una idea clave en la metafísica tomista: Dios es el acto puro, la perfección absoluta, y el alma humana, al abrirse a su gracia, participa de su ser.
Para Aristóteles, la felicidad suprema se encuentra en la contemplación de la verdad; Santo Tomás perfecciona esta idea afirmando que la felicidad última del hombre es la unión con Dios.
Así, cuando Jesús habla de hacer morada en nosotros, nos invita a vivir en comunión con la Verdad absoluta.
El Espíritu Santo como maestro interior
Jesús también menciona al Espíritu Santo como el que -enseñará todas las cosas y recordará todo cuanto Él ha dicho-.
En la filosofía tomista, el conocimiento no es solo un proceso intelectual, sino una iluminación divina.
Tomás de Aquino explica que la razón humana, aunque poderosa, necesita la ayuda de la revelación para alcanzar las verdades más altas.
El Espíritu Santo, entonces, actúa como el maestro interior que guía nuestra razón hacia la plenitud de la verdad.
Ergo, este Evangelio nos muestra que el amor a Dios no es solo una emoción, sino una elección racional y libre que nos lleva a vivir en la verdad.
Desde la perspectiva aristotélica-tomista, amar a Dios significa ordenar nuestra vida hacia el bien supremo, permitiendo que su presencia transforme nuestro ser. Así, la enseñanza de Jesús no es solo un mensaje espiritual, sino una invitación a vivir conforme a nuestra naturaleza más profunda: la búsqueda de la verdad y la unión con el Bien absoluto.