
La Ahogada, el que la prueba se pica
¡¡¡Me da igual!!!
Cuántas veces decimos: ¡¡¡Me da igual!!! Y ¿qué da igual? ¿Hacer tal o cual cosa? ¿Comer comida chatarra o ingerir alimentos nutritivos? La verdad es que, substancialmente, nada es igual. Esto va contra el principio de contradicción: “una cosa no puede ser y no ser, al mismo tiempo y bajo el mismo respecto”.
Alguien podría objetar que un átomo de oxígeno es igual a otro átomo de oxígeno. Por una parte lo concédenos. Ambos tienen un núcleo, el mismo número de electrones, de protones, etc. Esencialmente son iguales, pero, accidentalmente, difieren. Un átomo de oxígeno puede estar en un lugar; el otro, en distinta ubicación. Uno puede encontrarse en estado líquido; el otro, en estado gaseoso, etc., etc. Si pudiéramos verlo en su interior, en un nivel ultramicroscópico notaríamos diferencias accidentales, sin duda.
Esto de “me da igual” llevado al plano colectivo es delicado. No nos puede “dar igual” que haya crecimiento económico o no. Que haya paz o violencia, que haya servicios de salud o no, que haya medicinas o no.
En una relación amorosa no puede darnos igual, estar con la persona amada que permanecer a distancia. No debemos decirle al ser amado: me da igual casarme contigo que con otro u otra. Pues, si el otro, tuviera dignidad, contestaría: “¡Pues, cásate con el otro!”.
Así que, cuidemos nuestro lenguaje. Empleemos cada término como debe de ser.
– ¿De qué escribiste hoy? –
– De que muchas veces decimos: “me da igual” para denotar indiferencia. –
– ¡Ah, por cierto! Va a venir mi mamá a pasar una temporada con nosotros. ¿Te da igual o te es indiferente? –
¡¡¡PLOP!!!
El autor es director del departamento de filosofía de la Universidad Autónoma de Guadalajara (UAG).