San Miguel Totolapan: ¿qué pasa ahí?

El uso de la población, incluidas mujeres y niños, para tratar de impedir que las fuerzas armadas actúen contra la delincuencia organizada genera una inquietante similitud entre lo sucedido a partir del 3 de mayo en Palmarito Tochapan, Puebla, y una semana después en San Miguel Totolapan, Guerrero.

En Palmarito fue evidente que los grupos criminales tuvieron el cobijo de los habitantes de la comunidad, que confrontaron al Ejército y por largas horas impidieron su desplazamiento en busca de las bandas de ladrones de combustible de los ductos de Pemex. Y aunque existe una duda razonable sobre si el movimiento de autodefensa de Totolapan se propuso el viernes pasado brindar protección a un grupo de la delincuencia, es incontrovertible que los bloqueos que durante horas cortaron el paso a los militares y policías que querían entrar a la cabecera municipal produjo ese efecto. Al impedir el paso de los militares, uno o los dos grupos criminales que luchan en este municipio obtuvieron mucho tiempo para huir.

No es algo nuevo ni estos son los únicos lugares del país en los que se ha presentado la utilización de las comunidades como escudos frente al embate de las fuerzas armadas. Y eso es lo inquietante, la proliferación y sistematización de esta estrategia por parte de la delincuencia organizada. Ese hecho complica la intervención del Ejército y de la policía, que a las dificultades tácticas de la lucha contra el crimen debe agregar las dificultades derivadas de la movilización civil.

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