
Libros de ayer y hoy
El presidente en su laberinto
Ya son muchos los analistas, los allegados, los observadores que coinciden en una apreciación: López Obrador está muy enojado.
¿Cómo no estarlo si aquello por lo que luchó durante dieciocho años seguidos, ininterrumpidos, constantes, se le está viniendo abajo? ¿Cómo no estarlo si el presidente comprende en su fuero interno que el causante de su propia desgracia es él mismo? El presidente está entrampado en su laberinto.
El discurso del enemigo, tan cercano a las recomendaciones que Göebbels daba a Hitler, es mera propaganda: echar la culpa de todo a los adversarios, conservadores, neoliberales, fifís, chayoteros y demás adjetivos descalificativos convence a la masa de fanáticos y nada más. Una cantidad muy considerable de millones de mexicanos observan que el presidente es incapaz de asumir un error, de aceptar una crítica, de considerar una falla, de recapacitar. Él es infalible, los que fallan son los que se oponen a sus grandiosos planeas, discursos, palabras, choros… En suma, una transformación que solo existe en su cabeza y en su discurso, sus palabras, sus choros, su propaganda. En los hechos no existe. Sin embargo, la estrategia de victimización constante se desgasta tan rápido al confrontarse con la realidad, que la mayor víctima es el propio presidente, encerrado en su laberinto.
Para toda afirmación del Andrés de poder concentrado de hoy, hay un twitt del Andrés luchador del pasado que le contradice. Andrés opositor es el mejor crítico de Andrés todopoderoso. El presidente en su propio laberinto de palabras.
La gota de realidad que derramó todos los cauces e inundó no solo a los pobres de Tabasco, sino al país entero, es la caída del discurso, la ruptura de la imagen de honestidad, la desafortunada declaración de abandono a las víctimas, la evasión del tema en las mañaneras. Los 25 muertos de la línea 12 marcan el sexenio de López Obrador, como los 43 de Ayotzinapa marcaron el de Peña Nieto.
No solamente es la desafortunada repartición de culpas, anillo al dedo para una oposición inoperante, la evidencia incontrovertible de corrupción que fulmina el discurso de “nosotros los honestos, contra los de antes corruptos”, y que mete en el mismo rasero a todos los políticos del color que sean. Es la indignación, la molestia (iba yo a escribir el encabronamiento, pero me autocensuré) el enojo de la gente, desatendida, abandonada a su suerte.
Podría equipararse este abandono gubernamental al de los sismos del 85, cuando la sociedad rebasó al gobierno. Y de ser así, valdría recordar que la izquierda en la CDMX sustentó sus triunfos, el de López Obrador incluido como Jefe de Gobierno, en este movimiento popular. Si así fuera, el presidente estaría entramado en su propio laberinto, el pueblo sabio y bueno estaría a un paso de abandonarle…
Su propia inoperancia hace imposible que alguien le salve. El único eficiente, Marcelo, está en el ojo del huracán. Los demás son marionetas, dependientes a la voluntad omnímoda del único hombre de poder en el ejecutivo, que pretende refrendar en el legislativo y controlar también el judicial. Es decir, nadie le puede auxiliar, su propia estructura de mando, omnímoda, se lo impide. El presidente en su laberinto…
¡Cómo no va a estar enojado el presidente!
Hoy no hay opciones…