Del dicho al hecho

México vive dos realidades paralelas: la del discurso, estelarizado por el presidente de la República en su show matutino, en el que el país que se presenta a los mexicanos es el de los temas de la agenda oficial. Un México en plena efervescencia por la vacunación anti covid, con una estrategia de aplicación de estos antivirales bien definida y perfectamente orquestada. Una nación en la que ya vamos de salida de la crisis y en la que unos cuantos empleos que registra el seguro social, compensan la pérdida de millones, en el que la llegada de cantidades históricas de remesas significa bonanza económica y esperanza de una mejoría. 
En donde, por supuesto, ya se acabó la corrupción. Con el simbólico pañuelito blanco que aparece como actor de reparto en el programa matutino que conduce Andrés Manuel López Obrador. Un país en el que nadie entiende de historia, pero en el que desfilan Morelos, Guerrero, Juárez y Madero, con más frecuencia que algunos secretarios de estado.
El otro país, el de los hechos que no se tocan en la propaganda oficial. El de los apagones y la ineficiencia de la CFE, el de la ineficacia de PEMEX, el del colapso de los servicios de salud., el de la educación deteriorada, el de la pérdida de empleos, el cierre de empresas, el desorden financiero, el del cataclismo del sector público. El país de la inseguridad flagrante. el de los feminicidios. en el que los funcionarios corruptos siguen existiendo, el sistema de impartición de justicia sigue podrido.
El país en el que cualquier denuncia es tergiversada como un ataque al régimen de los conservadores, los adversarios, los neoliberales. El México en el que los amigos del presidente son impermeables a las críticas o los cuestionamientos, aunque ya no sea como antes. Ese país del tristemente célebre «ya chole», para defender a un amigo del primer mandatario, aunque enfrente acusaciones de violación, o exonerar con el subjetivo argumento de la confianza presidencial a funcionarios señalados con actos de corrupción.
Un país esquizoide, dividido, entre el dicho y el hecho. Un país en donde no hay peor ciego que los millones que no ven los hechos y escuchan los dichos. Un país donde los hechos son diluidos con «otros datos», y en el que gobernar parece hacer poco y decir mucho.
Las opciones se reducen a dos:
a) El poder mediático se impone. Las redes y los medios crean una intermediación que evade la realidad, pero crea una paralela y simbólica mediante el discurso. El pueblo escucha el país que pone en su mente el discurso oficial.
b) La realidad se impone al discurso, poco a poco la percepción de los hechos comienza a superar la avasalladora omnipresencia que medios y redes conceden a la omnipresente propaganda oficial
En esta batalla contra el tiempo usted tiene la mejor opción…