
Libros de ayer y hoy
Divisionismo
La diferencia enorme entre ser jefe de Estado y ser Jefe de Gobierno se aprecia con nitidez en el proceso electoral de Estados Unidos: la sociedad norteamericana está profundamente dividida, partida casi a la mitad, con una pequeña diferencia, en favor de Joe Biden, según le han dado los medios de comunicación la victoria, ya que aún no hay ningún pronunciamiento oficial de la autoridad de aquel país.
Es interesante observar este divisionismo, causado sin duda alguna por la presidencia de quien se pudiera despedir de la Casa Blanca. El presidente Trump ha machacado un discurso racista, xenófobo y divisionista que manifiesta este fruto en su sociedad. Estados Unidos está partido en dos. Donald Trump no entendió que gobernaba en pro del Estado norteamericano, ejerció el gobierno hacia una masa de simpatizantes de sus ideas, puntales del programa de gobierno de los republicanos. Trump ejerció su mandato como si estuviera siempre en campaña, y cuando estuvo en contienda no le alcanzó.
Curioso: en México las redes se han dividido entre quienes aplauden el virtual triunfo de Biden y quienes acusan de fraude, sin fundamento alguno, o aconsejan esperar los resultados definitivos y los alegatos jurídicos que emplazará el equipo legal de Donald Trump. Parece que ya nos acostumbramos a combatir por cualquier tema.
La razón es sencilla. López Obrador tampoco gobierna como jefe de Estado, en pro de la unidad nacional y cuidando los intereses de todos los mexicanos. El presidente azteca, a la manera de Trump, gobierna para sus simpatizantes, para una mitad, más unos cuantos puntos porcentuales, que le siguen con fidelidad. El presidente sabe hacer campañas y su discurso es de contienda política. Divide peligrosamente a la nación, un riesgo para su proyecto y para la paz nacional. Andrés Manuel no es el líder de México, es el líder de su partido, Morena; capitanea su proyecto de poder que ha llamado ostentosamente, la cuarta transformación de México; es el líder de la mitad más uno en México.
La experiencia de las elecciones en EUA debería ponernos a pensar a todos. En México no hay medios creíbles que puedan cantar una victoria electoral cuando las cifras sean cerradas. Aún el INE tendría un severo cuestionamiento a su credibilidad, y la democracia necesitaría actores políticos muy maduros para asumir la victoria y la derrota, en escenarios muy competidos. Por desgracia ya vimos el lamentable espectáculo que protagonizaron Porfirio Muñoz Ledo y Mario Delgado en una lucha fratricida, feroz y sin cuartel, por el poder de Morena, en un escenario de escaso margen de diferencia. Las elecciones norteamericanas dan un buen marco de referencia y constituyen un espejo para México.
Ante este panorama, algunas opciones:
a) En una elección cerrada, México aprende la lección de democracia de los EUA: los medios bloquean a los contrincantes para no cantar victoria antes de tiempo, aunque se trate del presidente. Éste suspende las mañaneras y los organismos electorales brindan certeza de los resultados aún en triunfos por poco margen.
b) En una elección cerrada, México sigue en su propio estilo de dictadura perfecta, muy lejos de la democracia: el presidente influye en los organismos electorales, éstos dejan muchas dudas de su actuación; los actores políticos se acusan mutuamente de fraude y judicializan la elección, las protestas se suceden, quien gana la calle gana la opinión mayoritaria, en detrimento de los cuestionados resultados….
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