
Visión Financiera
Cristóbal Colón
Al margen de que fuera un traficante de esclavos, y no un descubridor de nuevos mundos, como pontifica la historia oficial, valdría la pena cuestionar si el retirar la estatua del almirante genovés en la ciudad de México tiene que ver con la protección del monumento frente al vandalismo, o, más bien, obedece a la particular interpretación del historia del presidente de la República, quien en reiteradas ocasiones ha solicitado el perdón de España, por las masacres a los naturales de estas tierras, perpetradas por los conquistadores ibéricos.
El tema da pie para revisar esa peculiar interpretación de la historia: López Obrador puede ser un político austero y poco ostentoso en materia de riqueza, pero es pasmosamente ambicioso en materia de historia. Él reclama su sitio en el proceso histórico mexicano, y si bien es indiscutible que su triunfo electoral marcó una huella en tal proceso, la transformación de estructuras que plantea en su versión particular, de que esta es la cuarta gran remoción de los cimientos nacionales, ha quedado hasta ahora reducido a una más de sus piezas de propaganda.
El presidente se auto conforma como heredero de “los buenos”, en la película oficial: Madero, al que reiteradamente ha calificado de apóstol de la democracia, sin reparar en que Don Panchito, así llamado por ser chaparrito tuvo pocos alcances estratégicos, y una ingenuidad que le llevó nombrar como General en Jefe de su ejército a su propio asesino; Juárez, a quien presumió de la manera más equivocada ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, con una referencia atroz a Mussolini, ese presidente indígena, patriota, pero también taimado, perverso y aferrado al poder; Hidalgo, a quien ha tratado de reivindicar ante España, a pesar de que el Cura de Dolores no persiguió la Independencia y forjó un ejército de bandoleros que se destacaron por saquear, violar y asesinar.
Y, claro está, identifica su movimiento con los indios prehispánicos, oprimidos por el Conquistador Hispano, que bien podrían parecerse a los muchos oprimidos que forjan ese pueblo “sabio y bueno” al que presume también ante la ONU, y que le vitorea como su líder histórico.
El tópico se enmarca, más bien, en la propaganda oficial, en ese discurso que reivindica lo nacionalista y que por ahora enarbola Beatriz Gutiérrez Muller, en su tour por Europa. Viaje, por cierto, que, como siempre ocurre, mientras se es oposición, significa un dispendio a cuenta del erario, ante otras prioridades ingentes. Cuando se es gobierno, significan la misión oficial más relevante del momento que dejará una excelsa imagen de México en el orbe.
Por ahora, el asunto de Colón, las solicitudes de perdón a España, que por descontado caen en oídos sordos, aunque diplomáticos, y la insistencia en usar el pasado prehispánico como símbolo, parecen recordar más que a una interpretación brillante de la historia, a un afán megalómano, que ya apreciamos en el citado Mussolini o en Hitler, quienes, en su desenfreno, aspiraban a construir imperios longevos que, cuando menos, duraran mil años. La historia sigue siendo hasta ahora una tentación para los egos de los gobernantes.
Ante este panorama, las opciones de hoy:
a) Esta disquisición es absurda, el monumento a Colón requería limpieza, restauración y rehabilitación, tal y como informó el Gobierno de la capital
b) En política la forma es el fondo, retirar el monumento a dos días de la conmemoración del 12 de octubre, da pie a la discusión que hemos asentado…
c) Aunque en efecto, se trate de avivar el debate y la visión histórica del Gobierno Federal, a muy pocos les importa Colón, su estatua, el simbolismo que le asigna el presidente López Obrador, ni el lugar en la historia de este proyecto político…