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La Ahogada, el que la prueba se pica
Libertad de expresión
No nos engañemos. Este derecho ha sido un bien escaso, muy escaso, en la historia de México. José Joaquín Fernández de Lizardi tuvo que enfrentar la severa oposición del gobierno virreinal a su periodismo crítico, expresado en “El Pensador mexicano”. Unas décadas más tarde, Francisco Zarco se convertiría en una especie de mártir de la libertad de imprenta, porque en estos tiempos el silencio hacia la crítica, se conseguía destruyendo las prensas. Como congresista constituyente, en 1856, Zarco denunciaba que la libertad de imprenta y de expresión nunca habían existido en México, y conminaba al constituyente a incluir este derecho en la Carta Magna de ese momento. Durante el gobierno de Juárez, Zarco tuvo que escribir desde el exilio, mientras duró el Segundo Imperio.
Las cosas no fueron mejor con el larguísimo régimen dictatorial de Díaz. “El Imparcial”, cuyo nombre era en sí mismo una ironía, fue una clara muestra de la prensa subordinada al poderoso gobernante. Los Flores Magón pagaron con su libertad y Ricardo, en particular, con su vida, el ejercicio del derecho a la libre expresión.
Los regímenes priistas, emanados del caudillismo post revolucionario, atenazaron a la libertad de expresión y de crítica; gestaron engendros periodísticos como el Coronel José García Valseca, en el plano empresarial, o el prototipo del columnista vendido, comerciante de su silencio, en Carlos Denegri. Las pocas voces críticas fueron acalladas.
Tlatelolco fue parteaguas para los críticos del gobierno, que ganaron espacios para la libertad de expresión, en proyectos personales y de medios, que, al inicio del neoliberalismo tuvieron como suceso más relevante el acallar con las balas la voz del periodista democrático, justo como profetizó su muerte, en un discurso en Guadalajara, el malogrado columnista Manuel Buendía. Y de allí hasta hoy, una larguísima lista de periodistas asesinados que han convertido a México en el país más peligroso para ejercer la libertad de expresión.
Lo de López Obrador no es nada nuevo. Al poderoso en turno le retuerce sus vísceras que los periodistas critiquen sus acciones. Reducir el reclamo de libertad de expresión a chayoteros que han perdido sus privilegios, gracias a la acción moralizadora de este gobierno, además de una profunda miopía histórica, es una reverenda insensatez. La libertad de expresión no de mide con burlas hacia el Reforma o con memes ofensivos hacia López Obrador. No es asunto de la división insensata impuesta por este régimen a la sociedad, bajo la premisa de “estás conmigo o conta mí”. Es un derecho que debemos de defender todos los mexicanos, y, si alcanza hasta la crítica hacia el presidente, pues que mejor. Es parte de las conquistas que todos estaríamos obligados a defender. México no es un escenario de lopezobradoristas enfrentados a antilopezobradoristas. La libertad de expresión es mucho más que eso.
Ante esta situación, las opciones de hoy:
a) El presidente se empecina en dividir en partidarios y adversarios a México, dejando de lado a miles que ven sus aciertos y logros, pero también sus errores y desatinos. La libertad de expresión se limita
b) El presidente cierra cada vez más los canales de expresión ciudadana, contradiciendo su propio origen de luchador social, con el descrédito a su proyecto y el demérito a su persona. La libertad de expresión se acota
c) El presidente nulifica definitivamente la libertad de expresión, persigue y reprime a quienes considera sus opositores. La libertad de expresión se cierra
d) La sociedad contempla como derecho legítimo de todos, la libertad de expresión, la ensancha y la defiende, de la cerrazón de los grupos que dividen al país y del propio proyecto de poder en turno. La libertad de expresión se amplía…
Usted tiene la mejor opción…