En la frontera más peligrosa y desigual que existe entre México y Estados Unidos, Tijuana en Baja California, se llevó a cabo el segundo debate entre candidatos presidenciales con una temática que pretendió acercarse a la discusión de los grandes problemas que afectan a esa zona de nuestro país.

 

La problemática discutida trató, sin éxito, de que el debate considerara la problemática que afecta a los tres mil kilómetros de frontera que tenemos con los Estados Unidos.

Tráfico de drogas y armas; trata de blancas; salarios injustos y muy dispares de los que se perciben en Estados Unidos; impulso a la economía para frenar los efectos negativos de la migración; fueron temas recurrentes entre propuestas y réplicas de los aspirantes presidenciales.

Críticas cosméticas a las actitudes antimexicanas de Donald Trump. Nada en concreto en materia de un cambio en materia de nuestra política de relaciones exteriores.

Eran previsibles los ataques de Anaya, el Bronco y Meade hacia el tabasqueño.
Para quienes esperaban más contundencia en los ataques de los adversarios de López Obrador, la realidad es que se quedaron con las ganas de que esos ataques fueran en realidad un punto de discusión constructiva en el debate.

Críticas a López Obrador que le obligaran a plantear posiciones novedosas sobre los sobados temas que mencionamos al principio de estas notas.
Todo se redujo a “mini ataques” ya externados en otras ocasiones por Meade, Anaya y el candidato testimonial en que ya se convirtió el Bronco.

Lamentablemente lo que vimos fue un catálogo menor de ataques a López Obrador y una pobreza de discurso de sus adversarios que preocupan por la incapacidad que tienen para hablar con fundamentos de la construcción de nuevas políticas públicas que resuelvan graves crisis de inseguridad, desempleo y falta de estímulos a la producción.

Los conductores Yuridia Sierra y León Krauze, con gran intuición de lo que esperaban las audiencias, lograron en varias ocasiones salvar el rumbo de un evento que se perdía entre cambios de tema ocurrentes de los debatientes que lo mismo saltaban de la economía cosmética a las buenas intenciones solamente dignas de los beatos dedicados a tratar de salvar almas a través de la oración y no de las acciones de gobierno.

Pero al final de cuentas el debate fue pobre en ideas, más pobre en definiciones y pobrísimo en propuestas que verdaderamente respondieran a la inquietud popular.