Yo soy una pluma azul de esas que no saben fallar. Estoy esperando atento, en un estante de Office Depot, cuál será mi destino.

Un lunes cualquiera se acerca un hombre con camisa y corbata de poliéster. Seré una pluma de Godínez.

Mi primer día estoy feliz, firmé muchos contratos de ingreso a la empresa. Las siguientes semanas me entretengo entre rayas y palabras cortas en hojas de reciclaje. Me usan para explicar ideas y plasmar proyectos.

A veces me aburro con simples firmas repetitivas de documentos sin importancia. Otros días me asusto pues firmo los despidos estridentes, con abogado y guardia incluidos.

Otros días me conmuevo con permisos por maternidad o matrimonio. Y otros días simplemente platico con los lápices y pintarrones con quien vivo en una taza que no contiene café. Pasan un par de años y mi amigo ya no usa poliéster, sino lana fina y mancuernillas.

Pero un día, ya casi no tengo tinta… Estoy en su casa y de pronto, luego de unas sacudidas espantosas, simplemente me lanza al bote de basura. Mi existencia ya no tiene sentido. Mi condición de objeto desechable, de idea lejana, es ahora un hecho incuestionable.

Inerte, sin tinta, soy un inútil. Soy simplemente basura. Pasan dos días, y de pronto, una mano pequeña y nerviosa me toma. Un niño me mira con curiosidad y me voltea de un lado a otro. ¡Heeeey!!!, ¿qué haces, por qué me quitas la punta y mi popote?, quieres acabar con la prueba de que alguna vez fui útil y mi existencia tenía sentido… Niño majadero…

De pronto, completamente desnudo me pone en su boca y una bolita de ese papel que yo antes rayaba está dentro de mí. ¿Qué es esto? No entiendo… está húmedo. Un fuerte soplido y luego un montón de risotadas. Luego otro y otro… ¡Guau!!! ¡Cosa tan divertida, soy un arma mortal!!!!

En medio de una batalla entre pequeños soldados… ¡Ya no soy la pluma de Godínez… Soy la Cerbatana de Pepito!!! ¡Sin duda, la infancia es el mejor de los destinos! 

El autor es decano de ciencias sociales, económico y administrativas y de la UAG