Libros de ayer y hoy
A cuál encuesta le creemos? Es una de las preguntas más frecuentes que se hace la gente en estos días; principalmente porque en los últimos años las encuestas parecen haber fallado en sus resultados (Brexit, Trump, Proceso de paz en Colombia, etc.) y porque nuestra suspicacia ante las malas prácticas políticas nos hace suponer que los resultados de varias encuestas electorales están “cuchareados”, amañados o francamente pagados. La verdad es que muchos ciudadanos están decepcionados de este ejercicio estadístico, pero ¿se habrá acabado la época dorada de las encuestas? ¿Servirán para algo en este panorama de desconfianza posmoderna?
La razón por la que cada vez hay más gente que está harta de las encuestas es quizá porque no nos explican a fondo cuál es su verdadero propósito, ya sea porque no estamos seguros cómo es que muestras tan pequeñas pueden representar a toda una población o por qué haya disparidades tan notables entre dos ejercicios distintos; sin embargo, los especialistas afirman que las encuestas no intentan reflejar el pensamiento de cada individuo o la complejidad de sus preferencias, ni siquiera compiten por obtener la mejor instantánea del pensamiento de una comunidad, el verdadero fin que persiguen es presentar un modelo sobre cómo la población podría responder ante opciones cerradas. Se trata pues, de analizar posibles comportamientos, conocimientos u opiniones ante condiciones estrechas.
Por tanto, son instrumentos y modelos de análisis muy útiles siempre que se tenga claridad en los objetivos que realmente se persigan. Así es la ciencia, los resultados no sirven de mucho si no se conocen ni el método ni las hipótesis que plantearon la experimentación. Por ello, los diseñadores de encuestas no sólo deben presentar sus resultados finales, también están obligados a describir sus intenciones originales, las razones por las que eligieron cierta muestra poblacional, el método de levantamiento de datos y, principalmente, reconocer el margen de error que en todos casos no sólo es inevitable sino hasta saludable pues no son fotografías o radiografías del pensamiento social sino una aproximación por comprender los valores, las actitudes o las opiniones que un cierto representativo social utiliza frente a un constreñido espacio de elección.
Esa es la razón por la cual hay encuestas tan dispares en el actual proceso electoral. La explicación más fácil -la que no exige mucho esfuerzo- es que los encuestadores están pagados o aliados a grupos políticos y eso se refleja en sus resultados: están comprometidos por filiación política o interés económico. Pero es un hecho que a la mayoría de la gente no le interesa la explicación más completa, se queda con lo que necesita y reafirma su parecer antes de explorar otras razones. Como apunta Matthew Mendelsohn, especialista en metodología de encuestas: “Cuando están bien desarrolladas, las encuestas pueden ser herramientas muy útiles; pero si se realizan sin cuidado y con demasiada rapidez, pueden convertirse en muletas para quienes se reúsan a pensar creativamente o con rigor científico”.
Un fenómeno, sin embargo, que sí ha cambiado el panorama metodológico de las encuestas es el avance de las encuestas vía internet. Con el desarrollo de tecnologías, sistemas de comunicación y modelos de análisis de inmensas bases de datos, las encuestas en línea se han convertido en una opción muy eficaz para explorar los comportamientos de diversos perfiles de ciudadanías: más allá de las encuestas telefónicas a hogares o a teléfonos celulares, las encuestas online lideradas por los titanes en motores de búsqueda se han convertido en una mega autopista de doble vía: en un sentido da voz a grandes muestras de población para elaborar encuestas cada vez más certeras mientras, en contraparte, toma de esas muestras una cantidad inmensa de información que termina siendo de gran utilidad para fines comerciales o dinámicas de comportamiento social.
En el actual proceso electoral mexicano, la inmensa mayoría de las casas encuestadoras realizan sus ejercicios metodológicos comisionadas por instituciones políticas, medios de comunicación o empresas particulares, muy pocas -si acaso un par de ellas- se realizan con propósitos académicos. Eso habla mucho de las encuestas que vemos, sus resultados quieren reflejar la eficacia de los mensajes, estrategias o acciones de los contendientes en campaña; pero, no nos engañemos, también habla algo de nosotros, de nuestro comportamiento ante escenarios previstos. ¿O acaso no cree que el alto nivel de desconfianza en las encuestas podría ser un dato muy útil para ciertos intereses?
@monroyfelipe