
Genio y figura
No son pocos y de muchas partes y sectores que deshojan el calendario con una fecha imprecisa y otra cierta. El destape del candidato o candidata presidencial de Morena y el 1º de octubre, cuando el nuevo presidente (a) entre a ejercer su cargo en los términos del artículo 83 de la Constitución. Las fechas son vistas como el término de una pesadilla y la idea -discutible- de que no puede haber nada peor que el presente.
Son tiempos inéditos y el presidente López Obrador es un político predecible pero muy diferente. Un desafío a la imaginación por su determinación de apartarse de todo código de decoro en el ejercicio del poder. Este fin de semana lo ilustra, felizmente acompañado del presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel y de la gobernadora Layda Sansores. En la semana previa ordenaba mandar reubicar a los representantes de los poderes de la Unión contra el protocolo de una celebración de Estado, a manera de mostrar que está en su poder discrecional determinar el lugar que a cada cual corresponde en el edificio de la República.
Ciertamente, al presidente le da por acompañarse de autócratas y distanciarse de quienes en un plano de igualdad representan los otros dos poderes. Las imágenes son ilustrativas de nuestros tiempos y de las pretensiones del poder. Desde hace tiempo la democracia mexicana vive un constante deterioro, en buena parte por la insuficiencia de las instituciones y de una vida pública capaz de frenar el abuso y la ilegalidad, consecuencia de la ilegitimidad y del deterioro con el que concluyó el gobierno que antecedió y el resultado electoral, fiel reflejo del ánimo social que se dirimía entre el desencanto y la esperanza.
Pocos imaginaron lo que vendría. Quizás todavía haya muchos rehenes del maniqueísmo que no alcancen a identificar la magnitud del deterioro de la vida pública, del bienestar y de los términos de la convivencia. No faltará quien genuinamente haga propia la idea de que todo está mal como herencia del pasado y de esta forma absolver las faltas y fracasos del presente.
La falta de contención institucional y social al abuso y a la recurrente ilegalidad es la peor de las lecciones y la revelación de la insuficiencia de la democracia. Todos los días de la semana el presidente inicia su didáctica autoritaria con un ejercicio de propaganda al margen de la ley y que violenta los principios básicos de la civilidad política. No solo es desentenderse de las buenas formas y del respeto que debe a la investidura, también rompe con la ley y con la determinación de que las autoridades deben informar con imparcialidad, al margen de juicios de valor y con estricto respeto a terceros, particularmente a ciudadanos.
Uno de los más perniciosos legados del proceso autocrático es convalidar la tesis de que la libertad de expresión del funcionario le da derecho a calumniar, denigrar e insultar en aras de agravios reales e imaginarios, una impostura justiciera que niega lo más elemental como es el respeto a la dignidad de las personas. El ajusticiamiento mediático mañanero es una de las fórmulas más perniciosas de un abuso consentido.