LA AHOGADA
En la entrega anterior señalábamos que el ser feliz debe tener tres momentos: un inicio, una secuencia y un final. El primero, debe ser con entusiasmo,” in theos”, dios dentro. La secuencia, también, debe incluir la felicidad, como una forma de viaje y, el tercero, como objetivo, sería la felicidad, misma. Y ésta, última, no solo en momentos, sino, completa.
Pero, ¿qué es la felicidad? ¿Dónde se encuentra? ¿cómo se adquiere? El término felicidad viene del latín “felix”, “felicis”, fértil, fecundo. El ser fecundo es el que da frutos y, se da, se prodiga y se dona. (Por eso, el egoísta, difícilmente será feliz).
Muchos dicen: “cada quien tiene su definición de felicidad”. Y, sí, está bien, pero, muchas veces se confunden con las cosas que te hacen ser feliz. En esto tal vez inhiera el practicar un deporte, el leer un libro, el conversar con un amigo, o simplemente, dormir.
Esas son cosas que de momento nos dan alegría, satisfacción, bienestar. Pero, si el deporte me hace feliz, ¿puedo estar siempre haciendo deporte? No. Sería demasiado cansado y, pronto, estaría enfermo. O, ¿pudiera estar leyendo todo el día? No. Tampoco. Me cansaría, y así con cada cosa. (Igual que pasa con los niños, que tanto tiempo anhelan el juguete que les amanezca en Navidad y a los tres días les enfada y lo olvidan).
Pero, no se mal interprete: hay que hacer las cosas que nos hacen sentir bien. Aquí, de lo que se trata es de encontrar la verdadera y completa felicidad.
Los filósofos cristianos han definido a la felicidad como “la suma de todos los bienes”. Llámense bienes materiales y espirituales. Pero, estimado lector, ¿puede usted tener todos los bienes? No, ¿verdad? Entonces, ¿se equivocaron los filósofos? No.
Expliquemos. Si indagamos en nosotros mismos nos daremos cuenta, que tenemos un deseo de infinito. Siempre queremos más. Si nos llega dinero, luego, ya no nos alcanza y, queremos más. Si tenemos popularidad en el colegio, pronto se nos hace poco y, después, queremos más. Y así, con cualquier bien, salud, belleza, poder, etc.
Y entonces, ¿no es posible la felicidad? Pues, la satisfacción del deseo de infinito parece inalcanzable. Así lo es en cierta forma, pero, no. Si tenemos un deseo de infinito, solo algo infinito puede o podría llenarlo. Los bienes que observamos, aunque, en muchos aspectos, pueden ser abundantes, tienen límites. El dinero, por ejemplo, tiene límites, luego, no es infinito y, por tanto, no es la felicidad.
Así que, solo hay algo, infinito. Infinito en belleza, bondad, sabiduría, poder, etc. Ese ser, Aristóteles lo llamó Motor Inmóvil, otros la Causa Incausada, El Ser Necesario, etc. Pero, ese ser, lo conocemos comúnmente como Dios.
Así que, la felicidad está en Dios. De esta manera, nuestro principio en la búsqueda de la felicidad debe ir alumbrada por la idea de Dios, por la fe en Dios. La secuencia, que necesitamos para encontrar la felicidad, debe ir dirigida por la esperanza de alcanzar a Dios. Y tercero, el final, la consecución de Dios.
Pero, hay un problema, como a Dios no lo podemos tener en esta vida, quien diga, que es 100 por ciento feliz, miente.
Así que, es necesaria otra vida, donde se alcance totalmente a Dios y, se cumpla, el fin de la búsqueda de la felicidad, que no está en otra parte, sino, en Dios.