Presenciamos un hermoso atardecer. Sentimos la brisa del mar. Escuchamos el ruido de las olas.  Vemos como en el cielo se han plasmado tonos de naranjas, de rojos, de púrpura. Estos conmueven el ánimo hasta llegar a la admiración plena. ¡Ni el más afamado pintor hubiera igualado las texturas creadas en el lienzo terráqueo! Y ante tal visión, no podemos dejar de exclamar: – ¡qué belleza! –

Algo similar nos sucede cuando contemplamos a una persona cuyas formas son proporcionadas, y armónicas. Además, si ese ser, posee un trato amable, bondadoso y corona todos sus atributos, solemos decir: – ¡qué belleza! –

Pero ¿qué es la belleza? ¿Qué es eso que solemos denominar como bello y que, quizá sea relativo a la persona que lo percibe?

La palabra bello proviene del latín “bellum”, que alude a lo que es agradable de ver. La filosofía clásica ha definido a lo bello como “el esplendor de la forma”. Y ¿qué es esplendor? Algo que ha alcanzado su máxima perfección. Por su parte, podemos decir que, forma es el conjunto de líneas y contornos que delimitan a ese algo.

Por tanto, lo que reúna esas características se puede considerar sin temor a equivocarse que es bello. Desgraciadamente hoy en día, es esta hipermodernidad o postmodernidad (como quieran nombrarla) hay culto por alcanzar la belleza, pero se va al extremo o, lo contrario, de realzar la fealdad de las cosas como un ideal de conducta o simple moda.

Una mujer agraciada no contenta con serlo recurre a cirugías que pretenden realzar su belleza. Sus atributos femeninos son llevados al extremo de resultar exagerado, sin obviar su patente anti-naturalidad. Por otro lado, se pretende exaltar lo evidentemente feo hasta el paroxismo de lo grotesco. Así, podemos ver gente, que su piel normal ha desaparecido y se convierte en un grafiti animado. Su cuerpo lleno de tatuajes pierde la belleza natural, siendo un simple mural ambulante de símbolos muchas veces cuestionables.

En el otro extremo, vemos muchos casos de la exaltación de lo feo, en las artes, por ejemplo, y en muchas otras actividades humanas. En muchos casos la fealdad en la música se ha exagerado: ritmos hipnotizantes y letras que dejan mucho que desear. En canciones populares se da una apologética del crimen o de las bajas pasiones. En el cine, y las series de moda, la violencia se exalta como si fuera un ideal de conducta y la pornografía empaña el verdadero amor.

Y así podemos seguir enumerando muchos casos en que la fealdad o el extremo de “belleza” daña la naturalidad. Nos viene a la mente la frase aristotélica “el arte imita a la naturaleza”. Hoy, a la naturaleza, no solo se le daña, sino que, se le distorsiona.

Así que, distingamos bien entre belleza y fealdad. Exaltemos lo bello, evitemos lo feo en cualquier ámbito de nuestra vida. Y no olvidemos que hay que llenarnos de belleza ante nuestras posibilidades, y así, más fácil se nos hará alcanzar nuestro anhelo de felicidad.