¡¡¡Plop!!!
Desesperación. Eso es lo que puede percibirse en Chivas. Difícil saber realmente lo que se vive por dentro, pues aunque se pregunte normalmente nadie dice la verdad, por un tema de “códigos”. Pero desde afuera, así se siente un plantel en plena crisis, frágil de confianza y carente de buenos resultados. Como todo en la vida, tiene distintas caras que pueden apreciarse a través de sus distintos protagonistas.
Víctor Manuel Vucetich y Cristian Calderón se convirtieron en el principal foco de atención luego de la derrota ante León, escandalosa no sólo por el resultado (3-0) sino sobre todo por la tristeza de ver en la cancha un equipo con poca idea y con escasos recursos colectivos, más allá de que individualmente cuenta con jugadores de cierto talento.
Ambos podrían (deberían, quizá) tener el mismo destino: salir eventualmente del equipo. Cada uno encara la crisis de forma distinta. Pero los dos son reflejo de la misma desesperación. Están en el ojo del huracán y muchos piden su despido inmediato. La diferencia entre ellos radica en la experiencia para afrontar situaciones complicadas.
Por un lado está el apodado Rey Midas. En el futbol todo puede cambiar de un partido a otro, pero hoy pareciera que simplemente ya no dio. El técnico se encuentra en su tercer torneo al frente de Chivas y el equipo funciona como tal. Ya pasó tiempo y no se ve el progreso en la idea de juego que se podría esperar. Por eso, la tribuna expresó su hartazgo.
Un entrenador acostumbrado a levantar títulos con equipos de mucho menor exigencia que el Guadalajara no suele vivir situaciones como esta. La casa del Rebaño Sagrado explotó en un grito unánime: “¡Fuera Vuce! ¡Fuera Vuce!”. No hay más: la paciencia de los aficionados se agotó. Todo tiene un límite y el de los seguidores ya se alcanzó.
Pero aunque no está habituado a escuchar un estadio en su contra, lo manejó de forma adecuada. Al menos supo flotar en el mar de la desesperación. “Con la gente no me puedo meter, pueden decir lo que quieran”, dijo. Molesto probablemente, pero sin responder con gasolina al incendio de una afición harta de ser la burla de otros.
Distinto caso de Cristian Calderón. La inexperiencia en tiempos de crisis lo llevó a hundirse en ese mar de la desesperación. Cuando abandonaba el campo, llegaron (como era de esperarse) los insultos de una tribuna enardecida. “¡Culeros!”, entonces volteó a la grada, pero siguió su camino. “¡Pocos huevos!”, ahí sí le caló. Ese vals que no se lo toquen.
El Chicote explotó de la peor forma posible. Primero con el dedo en la boca para callar a los aficionados. Y enseguida con esa coloquial seña que en México significa: “Me la pelan”. Sobra decir que insultar no es lo mejor que puede hacer un simpatizante de cualquier equipo en una estadio. Pero igual de evidente es decir que la reacción de Calderón es simplemente inadmisible.
Jugar futbol, como profesión, tiene muchos privilegios, pero también obligaciones muchas veces pesadas. Por ejemplo, aguantar insultos. Porque si se responden, por lo general pierde el jugador. Quien se dedica a esto debe entender que el aficionado, como principal motor de una industria, es sagrado… aunque no le guste la forma en que le reclame.
Así, el Chicote que fue héroe por aquellos goles al América, hoy es villano. Ahora muchos piden su salida, otros claman perdón para él. Eso, además de la inexperiencia, hace diferentes su caso al de Víctor Manuel Vucetich, pues el técnico sí ha logrado unanimidad: todos lo quieren fuera. Son dos caras distintas de una misma desesperación.