El fracaso tiene varios padres. No es cosa exclusiva de una sola persona. Se trata de una responsabilidad compartida. En el caso de Chivas, los nombres son plenamente identificables, cada uno sabe lo que ha hecho mal a lo largo de los últimos meses. Pero aunque se sabe quiénes son, no necesariamente pagarán un precio por el objetivo malogrado.

Si se empieza desde arriba, tal vez el presidente Amaury Vergara es a quien menos se le puede cargar la mano… pero no está exento de culpa. También tiene su parte, como máximo responsable de cada decisión importante que se toma en el club, porque aunque muchas de las labores son delegadas, la última palabra es de él. 

Y es probablemente el que se lleva una rebanada de menor tamaño del pastel de las culpas por una razón: lo más importante que le tocaba hacer en el actual proyecto, lo hizo. El dueño del Guadalajara dispuso 35 millones de dólares (eran 50, pero se cayó el Pocho Guzmán) para la contratación de refuerzos a principios del año pasado. Una inversión histórica, que nunca antes se había hecho en el equipo en un solo mercado de fichajes.

De ahí para abajo, vienen los mayores padres del fracaso. El director deportivo Ricardo Peláez tiene una parte importante de responsabilidad en este nuevo revés de Chivas. Se encargó de diseñar un plantel sin contar todavía con entrenador. Es decir, lo armó a su gusto y quien llegara tendría que adaptarse a las condiciones del equipo.

Claro que lo hizo pensando en que vendría alguien de un perfil que encajara con las características de los futbolistas que trajo, pero al final no pudo contratar a ninguno de sus técnicos de confianza. Para cualquier entrenador, es complicado llegar a un equipo que ya está diseñado, sin posibilidad de incorporar elementos que resulten claves para su idea de juego.

Después, viene el actual técnico, Víctor Manuel Vucetich. Es muy complicado exigirle resultados a un entrenador que no armó a su equipo, pero eso tampoco lo libra por completo en el reparto de culpas. También hay errores manifiestos que tienen que ver directamente con su forma de gestionar al plantel que tiene entre sus manos.

Primeros tiempos regalados, planteamientos iniciales precavidos y cambios en los que termina “improvisando” posiciones con elementos no acostumbrados a ellas, son cosas que generan críticas directas a su trabajo. Independientemente de que el plantel no sea a su gusto, es deber del entrenador conocerlo pronto para explotar sus capacidades. Por momentos lo logró, pero con momentos no basta en un equipo tan grande como Chivas.

Y finalmente, los jugadores. En el futbol, los entrenadores cuentan, los directivos cuentan, los dueños cuentan… pero los que están en la cancha cuentan más. Son ellos quienes toman las decisiones que marcan en definitiva el triunfo o el éxito de un equipo. No se les debe dejar de señalar, porque a lo largo de los últimos años cambian técnicos, cambian dirigentes, pero los resultados son los mismos. 

La culpa de los futbolistas no se limita a la cancha. También con su comportamiento fuera de ella han contribuido al fracaso. Las noches de fiesta, los videos inoportunos en redes sociales, las declaraciones poco pensadas, el meterse con los aficionados… todo habla de la inmadurez de algunos elementos, seguramente mal elegidos, en el apartado de perfil personal, por Ricardo Peláez.

Al parecer las consecuencias del sonoro tropiezo, el precio que hay que pagar luego de no alcanzar los objetivos lo pagarán solamente algunos futbolistas que continuarán en el club. El resto seguirán ahí. Ricardo Peláez no se irá, Víctor Manuel Vucetich continuará en la banca. Tendrán una nueva nueva oportunidad. Y algo deberán tener muy claro en cuenta: la grandeza de Chivas no está para aguantarles un fracaso más.