¿Hay en el futbol algo más triste que jugar en un gran escenario, pero con la grada vacía? Seguramente no. La tribuna sin gente causa pesar cuando es debido a un castigo, pero hoy que los estadios de México siguen sin permitir acceso de los seguidores por culpa de la pandemia, la pena es más intensa. El deporte profesional perdió una parte de su alma por el Covid 19.

El 24 de julio pasado, el Estadio Victoria, casa del Necaxa, abrió sus puertas para el partido contra Tigres. Pero admitió únicamente a 300 personas, las necesarias para que el duelo pudiera desarrollarse y la imagen del mismo pudiera llegar a los aficionados a través del televisor. Así, todos los encuentros desde entonces. Fue el inicio de un nuevo futbol, lejos del aficionado.

Cualquiera pensaría que son los seguidores lo más afectados por las restricciones de esta nueva realidad. Y cómo no. Para muchos, el futbol es más que un simple pasatiempo. Forma parte integral de su vida. Es la distracción habitual de cada 15 días. Es el acercamiento cotidiano a sus amigos. En algunos casos, es incluso un motor que fortalece los vínculos familiares.

Hoy ya no hay carne asada en el estacionamiento antes de los partidos de Chivas. Tampoco es posible pasar por una torta ahogada o una birria en las horas previas a un encuentro del Atlas. El aficionado siempre ha sido llamado “espectador”, pero ese término se quedaba corto, pues se sabía parte del juego cuando desde la grada era capaz de alentar a su equipo para dejar en la cancha hasta la última gota de sudor.

No son pocos los futbolistas y ex futbolistas que a lo largo de la historia se han referido a victorias inexplicables con palabras cargadas de poder: “Ese partido lo ganó la tribuna”. El jugador número 12 fue expulsado por un “árbitro” invisible, que tiene al mundo en una cuarentena que ya duró muchísimos más días de lo que por definición debería.

Pero el aficionado no es el único triste con todo esto. También en la cancha hay pesadumbre. Distintos jugadores en México han reconocido a lo largo de los últimos meses que la motivación no es la misma. Se extraña el impulso, el voltear a la grada y ver sus colores. A estas alturas, hasta los insultos deben echar de menos algunos que encontraban en ellos la provocación al amor propio que les hacía dar el extra.

En otros lugares, como España, la posición de algunos fue más dura. José Mari, mediocampista del Cádiz, sentenció: “Los futbolistas también estamos expuestos a contagios. ¿Por qué nuestra afición no puede estar en el campo y nosotros sí? ¿Acaso nuestra salud no importa? Si se tiene que parar la Liga, se para. Pero no al futbol sin aficionados”. Denis Suárez, del Celta de Vigo, recordó algo esencial de este deporte: “Jugamos para los aficionados. ¿Tiene caso jugar sin ellos?”.

También para el futbolista es duro lo que pasa. El único beneficio de todo esto es la tan necesaria reactivación de la industria en México. Con el regreso del balompié, también vuelven los ingresos por derechos de televisión y distintos patrocinadores. Hay jugadores que comienzan a cobrar luego de meses de no hacerlo. Los trabajadores de distintos clubes aseguran también la permanencia en el puesto.

Para el sábado por la noche, la Liga MX habrá visto ya 95 partidos con el pesar de una grada vacía. Calculando un promedio de 20 mil personas por encuentro, 1.9 millones de personas no han podido entrar a nuestros estadios durante el Guardianes 2020. Nada más triste que una tribuna sin el color que los aficionados brindan.

Después de esos 95 partidos en medio de la tristeza a la que el futbol está hoy condenado por culpa de la pandemia, la Liga MX tendrá un motivo para sonreír a las 21:00 horas del sábado. Chivas y América, los dos más grandes de este país, disputarán el Clásico Nacional. Este encuentro es diferente, aunque la grada esté vacía.

Por eso, los protagonistas deberán comprender que el sábado no hay que pensar en los 81 mil que no estarán en el Azteca, sino en los millones que prenderán la televisión con la esperanza de que el Clásico les permita volver a ponerse la camiseta como cuando iban al estadio, gritar un gol, sentirse orgulloso de su equipo y, sobre todo, sonreír una vez más con el bello pretexto del futbol… como antes de la pandemia.