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Genio y figura
Usar a los niños como bandera política-ideológica, es aberrante
La propuesta de reforma a la Ley del Registro Civil de Jalisco, que busca permitir a los menores de edad cambiar su nombre y género en su acta de nacimiento, parte de la premisa errónea de que los niños tienen la madurez suficiente para tomar decisiones de esta magnitud. Sin embargo, la neurociencia y la psicología han demostrado que el cerebro infantil aún no está completamente desarrollado, lo que hace que sus opiniones sean inestables y su capacidad de tomar decisiones a largo plazo sea limitada.
El Cardenal de Guadalajara, José Francisco Robles Ortega, ha calificado esta iniciativa como una aberración, señalando que “querer creer que los niños en esa edad, en la infancia, sean capaces de tomar decisiones tan serias que comprometen definitivamente su futuro, y que esas decisiones se tomen al margen del derecho y la obligación que tienen los padres de velar por sus hijos, especialmente pequeños, es una aberración”. Sus declaraciones coinciden con lo que la ciencia ha demostrado sobre el desarrollo infantil.
La corteza prefrontal, la región del cerebro encargada de funciones como la toma de decisiones, la planificación y la evaluación de consecuencias, no alcanza su madurez plena hasta aproximadamente los 25 años. Durante la infancia y la adolescencia, el cerebro se encuentra en un proceso de maduración donde predominan las emociones y la impulsividad sobre el pensamiento racional. Por esta razón, los niños suelen cambiar de parecer constantemente, adaptar sus opiniones a su entorno y carecen de la capacidad para evaluar las repercusiones de sus elecciones a futuro.
Desde el punto de vista psicológico, es bien sabido que los menores de edad atraviesan diferentes etapas en su desarrollo cognitivo y emocional. Jean Piaget, uno de los principales teóricos del desarrollo infantil, identificó que los niños menores de 12 años todavía piensan de manera concreta y egocéntrica, lo que limita su capacidad para entender conceptos abstractos como la identidad de género en términos definitivos.
Incluso en la adolescencia, cuando el pensamiento abstracto empieza a desarrollarse, la inmadurez emocional sigue siendo un factor determinante en la toma de decisiones.
Los estudios también han demostrado que un porcentaje significativo de niños que experimentan confusión sobre su identidad de género terminan identificándose con su sexo biológico al llegar a la adultez. La Asociación Americana de Psiquiatría ha reconocido que la disforia de género en la infancia no siempre persiste en la edad adulta, lo que refuerza la idea de que permitir cambios legales e irreversibles a temprana edad puede generar arrepentimiento y daños psicológicos irreparables.
El Cardenal Robles Ortega también ha señalado la incongruencia en la manera en que se usa la autoridad de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), pues “se le tiene arrinconada, ya sin reconocimiento, sin valor para muchas otras cosas, pero para esto sí le reconocen autoridad y hay que acatar lo que dice”.
Más allá de las cuestiones políticas, la realidad es que otorgar a los niños el derecho a modificar legalmente su identidad de género no solo contradice lo que la ciencia ha demostrado sobre el desarrollo cerebral y emocional, sino que también vulnera la responsabilidad de los padres de guiar a sus hijos en un entorno seguro y estable.
La infancia es una etapa de exploración y aprendizaje, pero no debe ser utilizada para tomar decisiones irreversibles que comprometan el futuro de quienes aún no tienen la capacidad de comprenderlas en su totalidad.