Celebran apertura de nuevos espacios para el arte en Vallarta
Me quedé hasta tarde en el museo, sentada, observando la que para mí es la obra maestra de Remedios Varo, la pieza de “Tauro”. Observaba sus constelaciones internas iridiscentes.
Parecía como si su estómago se hubiera tragado una galaxia, no me sorprendería que lo hubiese hecho a final de cuentas era un toro con necesidades de pastar, a él que más le daba si estaba conformado por el planeta Plutón, una Luna lejana o una estrella supernova de alguna constelación muerta, a Tauro no le importaba.
Con las nalgas cansadas de observarlo, me levanté al baño. Quería dejar seguir pensando en él. Pensaba en que todo sería mejor si sólo se desapareciera.
Las luces se apagaron, parecía como si Tauro se hubiera comido también el baño, no hay nada más fastidioso que escuchar caer el chorro al retrete a oscuras, el sonido es intimidante. Me lavé las manos y salí del baño. Afuera también era de noche, habían cerrado.
Al parecer los guardias tenían prisa por salir que no se dieron cuenta que seguía ahí. Tal vez, estaban hartos, cansados y con una esposa e hijos, y tal vez con amantes, y que no les da abasto su vida para trabajar, mantener y convivir con toda esa gente bajo su tutela.
Eso es lo que pasa con estas personas asalariadas, cuentan los segundos para abandonar su papel de guardias antes de que se acabe la jordana; no les importa si Tauro tiene hambre, sueño o si ya pastó por la vía láctea. ¿Qué tal si a Tauro se le ocurre organizar una estampida?
Pronto me sentí en una película o historia en la que el personaje se queda de contrabando en el museo ¿por qué no me pasó esto en Louvre?.
Todo tenía un aura de misterio, de cliché. Tan cliché que hasta parecía que había unas sombras. Estaba encerrada, rodeada de arte como en el Decameron.
Deambulé enfadada, me sabía la exposición de memoria. De la tal artista consagrada y admirada Varos, la única pieza que me gustaba era Tauro. Quizá
por su cara semi humana o porque es mi signo. Caminé para encontrarme con aquel mamífero alado, sus constelaciones ingeridas brillaban, dejaban un halo alrededor de todo su ser.
Pero al parecer no era la única merodeando por el museo cerrado, me golpearon, me amarraron, taparon mi vista y me llevaron. Al principio pensé que eran los guardias del museo que creyeron que era una ladrona, lo cual hubiera sido lo mejor.
No eran ni guardias, ni policías, ni gente de bien. Escuché que rompieron una puerta, me llevaron hecha bulto y aventaron a lo que parecía la parte trasera de una camioneta.
Discutían entre ellos.
–¿Nos vienen siguiendo?
-No.
-¿Cuánto crees que valga?
-Más de 100.
-No inventes ¿más de 100? Unos 200.
-¿De qué hablan bola de estúpidos?¿De todos los cuadros juntos ó de la pieza contemporánea?
-De la pieza, soquete, espero no la hayan dañado al subirla, es la que más vale en el mercado negro.
A los narcos les encantan ese tipo de piezas que no entienden.
-Ya oíste, ni se te ocurra tocarla más de lo que ya lo hicimos.
-Jaja con esa golpeada que le dimos va a parecer mas que nada piñata.
Ahí fue cuando me di cuenta que hablaban de mi, en automático quedé petrificada, todo sentimiento abandonó mi cuerpo, no sabía si poner resistencia, gritar, correr, reaccionar.
No sabía si pensar en que me estaban alagando al llamarme “pieza contemporánea” o huir de esta vida al ser degradada de el género humano a “pieza”.
Las siguientes horas pasaron haciendo un recuento de los cuadros robados, entre plática y plática dejaban ver que eran grandes críticos y conocedores.
La camioneta seguía avanzando, por la velocidad se sentía que íbamos en carretera.
Por alguna extraña razón o seguramente por aburrimiento, uno de ellos quería ver la obra de “Tauro”; la buscaron en los escasos metros cuadrados de la camioneta, enloquecían, no la encontraban.
La favorita de todos, así la apodaban. Ese cuadro causaba una especie de tauromaquia entre sus admiradores. Condenado Tauro –pensé, logró escapar, me había abandonado. En ese momento me juré a mi misma que si algún día vuelvo a ir a un museo, no me quedaré más de una hora. Pero la realidad es que tal vez volvería a un museo y me quedaría allí hasta que el curador, director del museo, galerista o el coleccionista lo decidiera.
Escrito por Alejandra Munguía