
Festival de las Flores fusionará arquitectura, naturaleza y música
Primera Parte
GUADALAJARA, Jal., 27 de marzo de 2019.-Esta ciudad nunca cesa de sonar, como la radio que cambia repentinamente en el fondo de alguna plática en la cocina. Creanme cuando les digo que conciertos jamás faltarán para llenar nuestros cafés, foros, calles, altos, galerías, centros y demás espacios con más de un par de orejas. No solamente abunda en cantidad, sino que somos reconocidos nacionalmente como ponencia en muchos géneros como lo son el clásico-instrumental, el jazz y el experimental. Es por eso que las propuestas aparte de venir por montones, en su mayoría, tienen un alto nivel de calidad.
Este jueves pasado visité el Centro Cultural Constitución en donde ofrecieron un concierto de música barroca, después al Centro Cultural André Bretón a escuchar a los Eiffel Swing, un grupo de swing y trova nova, y finalmente, a Galaxy 1985 en donde tuve la oportunidad de ver a Sage Skylight, un grupo de rock alternativo en español. Estos tres centros son conocidos por su calidad de ofertas musicales por lo que sabía sería una noche memorable. Primera parada: la Consti y el concierto de música barroca interpretada por la Filarmónica de Zapopan.
Son las 5:15 p.m. y veo frente a mi el Centro Cultural Constitución erguido en medio de una glorieta como si se hubiese caído del cielo en medio de un entorno contrastante a su propia naturaleza. El edificio es redondo, enorme y colorido, su alrededor gris y sucio, lo que hace imponga más el espacio y exija cierta admiración y respeto a quien pasa por él. Al entrar, las esculturas de bronce parecen animarse mientras la luz del atardecer comienza a dibujar los cambios de su silueta, como si ellos también durmieran, como si quisieran poder renunciar su postura de guardianes para escuchar el concierto por llevarse a cabo. Siento el revuelo de exaltación que le sigue a la esperanza de pasar un buen momento escuchando buena música.
Ahora ha dado la media y estoy sentada entre el público, tan ansiosa como el señor a un lado que se ha dedicado a arrancar por pedacitos el programa de mano en anticipación a la apertura de las cortinas y el comienzo de nuestro viaje en el tiempo. El director asoma su reluciente calvicie por la cortina, como la luna que irrumpe el negro de la noche, y con singular alegría sale a dar una pequeña introducción a lo que nos tiene preparados esa noche.
“La música barroca, a mi parecer, ha sido una de las etapas musicales más bellas que ha existido en la historia de la humanidad. ¿No me creen? Acompáñenme a viajar al siglo XVII tiempo en el que brillaron estrellas como Bach, Händel, Vivaldi, Scarlatti, Lully, Monteverdi y Purcell. Tiempo de elegancia en su máxima expresión, tiempo de saturación sensorial y sonora.”
Son las 6:00 p.m. y suena la tercera llamada seguida por la orquesta caótica de la afinación, tormenta antes del arcoiris sonoro por delante. Comienza la primera pieza y el bajo continuo del fagot acompañado del acorde improvisado del archilaúd comienzan a transportarme a aquellas parcelas del campo europeo, en donde el aire acaricia mi cabello alambrado y decorado por pedrería fina. Cierro los ojos y los abro en aquel jardín con olor a flores, mismas que tejo en corona. Los pétalos caen sobre mi faldón y parece acompañar en singular armonía los bordados de hilo de oro que aparecen y desaparecen por el terciopelo de mi corset francés. El fagot anticipa la alegría y la despreocupación de ese momento y juro, escucho las risas de las doncellas mientras se persiguen en el jardín permitiéndose abandonar su frágil figura, por tan solo un segundo, así como lo hago ahora, a lado de una montaña de pedacitos de papel destrozados y el pataleo nervioso de unas piernas descontroladas. Estoy meciendo mis ideas entre ese jardín barroco y perfumado y la silla de la sala contemporánea como una madre que intenta dormir a su recién nacido. Si cierro los ojos mucho tiempo la narrativa se escribe sola y pasan por mi mente historias de amor, de misterio, de suspenso, de tragedia, de comedia. Juro sigo oliendo aquellas finísimas lavandas entretejidas y desplumadas sobre el corset, en realidad, solo son pedacitos de papel destrozados.
Pero, ¿no es eso lo que instrumenta la música? Es el velero al cual se sube para viajar a tierras extrañas, tierras que sólo existen en tu cabeza, tierras de las que sólo tú serás turista, de las que sólo tú serás creador. Me siento borracha y no he tomado una gota, no aún, borracha estoy de pensamiento y sentimiento, del baile que he visto desarrollarse frente a mis ojos entre ellos. Pensamiento que anticipa una historia de amor que termina con la cabeza de Ana Karenina en una bandeja de plata; y sentimiento que se fuga en la lágrima que acaricia mi cachete, cuando la flauta toca triste.
Se aproxima el final de la obra, no me quiero despedir del mundo que he creado con las notas barrocas que patinan por la sala. El director se ha ensimismado en la tristeza y la satisfacción que descansa entre la última nota y el aplauso del público. La ola sonora de aplausos va y viene como el mar agitado de un día lluvioso, conforme se presentan los músicos y nos aplauden de regreso. Aunque la calva reluciente se ha metido en el terciopelo negro de la cortina, la luna apenas sale del horizonte aterciopelado, en preámbulo al resto de la noche, en preámbulo a los 20`s en parís con los Eiffel Swing en Bretón.
Segunda Parte
Salgo del Centro Cultural Constitución, no sin antes percatarme de las facciones oscurecidas de aquellos bronces que me dieron la bienvenida y que ahora son sombras y no siluetas. El mar de luces encendidas que parecen estrellas fugaces por lo rápido que me pasan de lado, se burlan del interminable mar de luces rojas que tengo frente a mi. Así dan las 8:00 p.m. y me encuentro pisando la entrada escondida del Centro Cultural y Galería André Bretón. He hecho de este lugar mi hogar los últimos años por lo que mi mesa regular me espera en la terraza, junto con mi mejor amigo, escort official de la noche. Dos horas y media cajetilla de cigarros después, los integrantes de Eiffel Swing comienzan a subir sus instrumentos al escenario -conjunto de clarinete, acordeón, guitarra acústica y voz- quienes afinan entre risa y risa, con la misma elocuencia que parecen tener sus movimientos, como si fueran parte del espectáculo y en realidad hubiera empezado desde hace rato sin que nadie se percatara.
Comienza el clarinete con un solo de la vie en rose que por arte de magia se convierte en un tango argentino pero que (por la naturaleza de los instrumentos) se sigue sintiendo francés. Ahora he pasado de estar en la parcela disfrazada de nobleza con olor a lavanda en los dedos, a caminar por las calles adoquinadas de París con olor a lluvia en mi cabello mientras los destellos de las linternas reflejadas en el suelo iluminan la melancólica escena. Las lágrimas púrpuras que resbalan por el cristal de mi vino tinto, y el ruido que dibuja ciertos círculos armónicos en la superficie de mi Cabernet, es el musicar en verbo, la experiencia de Eiffel Swing en vivo. No sería lo mismo escucharlos en la soledad de mi hogar, quizá con el ruido de la cortina moviéndose con el aire; a escucharlos en conjunto al caos que evoca la terraza abierta de un bar a las 10 de la noche, y aún así, hay quietud alrededor de mí.
Eiffel Swing se ha apoderado de nuestras voces por unos minutos. Enmudecidos, renunciamos a nuestra voluntad y dejamos que las notas guíen nuestra atención a esa carroza de Woody Allen en Medianoche en París que te deja en algún rincón de la Belle du Epoc, epicentro de los artistas que comenzaron el ismo del arte moderno. Ese ambiente húmedo y reluciente de aquel callejón parisino me ha dejado sin palabras, pues he recorrido kilómetros en mí mente, ahora mi copa está vacía y re cobro la capacidad de hablar. Pedimos la cuenta con cierta prisa y torpeza, tenemos media hora para llegar a Galaxy 1985, para dar el último salto en el tiempo de la noche. Salto que nos lleva al 2019 en Guadalajara, a un antro que no parece de este mundo.
Tercera Parte
El mar de luces rojas y blancas han cesado, son las 11:30 p.m. y las calles tienen cierta quietud, completamente contraria a la sensación que te provoca pasar por la puerta del Galaxy 1985, semejando la época de la prohibición después de la guerra civil. Tiene un aire a speakeasy espacial, el techo está cubierto de estrellas de neón y naves espaciales, todo es oscuro y por un momento pienso que efectivamente hemos dado la vuelta en alguna esquina que nos sacó de la tierra, que estamos en un bar de otro planeta, que la experiencia por llegar será tan alienígena como su entorno, tan radicalmente distinto a lo común. Son las 12:00 p.m. y han subido al escenario los integrantes de Sage Skylight, el punto focal siendo el cantante principal in full drag con una peluca de afro verde y una minifalda blanca que presume sus piernas de Diosa.
El escenario es su hogar y brilla en cuanto sube, aunque lo único que ocurra en ese momento es la afinación de los instrumentos, la seguridad con la que se mueve por el escenario es hipnotizante. Se encuentra un poco vacío el espacio, es jueves a fin de cuenta y la fiesta en la ciudad no empieza hasta mañana, esto me permite poder interactuar tan de cerca con la banda que puedo ver las perlas de sudor resbalar por sus frentes y rozar sus instrumentos. Al fondo del escenario hay un círculo neón que encuadra perfectamente el afro del cantante, parece una halo satánico por sus tonos rojos y efervescentes que invitan al mal comportamiento como si estuviera predicando e invitando a la perdición. La verdad es que cuando la ves a ella, se te antoja tomar un whiskey solamente para acompañar el voyeurismo de tu fascinación con su libertad.
Comienzan a tocar y la sala se llena de humo mientras todas las luces menos la de neón del fondo se apagan, devela un cierto tipo de misterio y anticipa lo que ocurrirá en cuestión de segundos. El foro comienza a llenarse de extranjeros y de pronto ya no es necesario que la música te lleve a otros espacios como la provincia europea sino que veo el producto de esa tierra a un lado, bailando y riendo mientras el cantante principal agarra el micrófono como si estuviera a punto de besarlo. Se encienden las luces y comienza el concierto.
Lo especial de Sage Skylight es que no solamente es un espectáculo de música, aquí es imposible cerrar los ojos, te perderías de gran parte de su esencia. Es un espectáculo de baile, luces, humo, música y tiene un aire casi-cómico. Se nota que el cantante principal tiene muy estudiado el arte drag, la manera tan sútil en la que se quita los guantes y les da besos, es un movimiento intencionado. Estoy escuchándola, no solamente su música, sino su lenguaje corporal. El foro comienza a llenarse y la energía en el salón sube. Llega a su clímax y el público que ha ido a ver a Sage canta con ellos mientras todos bailan y se abrazan. La energía siempre está en los conciertos de Sage y de pronto siento como si fueran las 8 de la noche y acabara de despertar de una siesta rejuvenecedora a pesar de que llevo ya 15 horas trabajando. Supongo que eso también es la música, ese descanso, como si te quitaras los zapatos al final de un dia cansado.
Las luces se encienden y salimos a la zona de fumar con el guitarrista y bajista de Sage que son muy buenos amigos míos, cada quien enciende su tabaco y conversamos sobre cómo sienten que les fué. Las horas comienzan a caer en su lugar si de pronto se despausara el tiempo y regresara de jalón a la realidad y me doy cuenta que tendré que levantarme en cuestión de tres horas, y que todavía tengo que escribir esto que ustedes leen. Definitivamente las calles de París y las parcelas del barroco no le piden nada a las calles de Guadalajara que funcionan como máquinas de tiempo gracias a las notas musicales que suenan en cada esquina, a dónde vayas y cómo vayas. No tomen mi palabra, exploren ustedes, vivan en carne propia la experiencia de tambalearse por las distintas ofertas musicales de la ciudad, porque esta ciudad no cesa de sonar, como aquella radio en el fondo de alguna conversación en la cocina.