Comparte García Harfuch estrategia de seguridad a Cónsules y Embajadores
El abogado del diablo Disculpar un acto atroz es más terrible que el crimen mismo. Cercenan las manos en aras de que eran bandidos y la opinión pública lo da por “bien hecho. Lo merecían”.
Después se atribuye a un acto de grupos criminales y entonces si se dimensiona el horror de lo efectuado. Dispara por la espalda a unos bandidos y les da el tiro de gracia un justiciero anónimo.
El silencio complaciente da por bueno ese acto. Una mujer es acorralada por empleados de una taquería y después uno de ellos le da tres puñetazos en el rostro. Testigos aseguran que ella propicio esto. ¡Basta ya! El acto violento nos lacera a todos.
No podemos vivir en un mundo de horror donde vemos como cotidiano o “merecido” un acto de violencia y odio. La justicia por propia mano se da en la barbarie y grupos homicidas, no en una sociedad de personas que trabajan, aman y sueñan como la nuestra.
¿En qué momento aceptamos el odio como respuesta, el crimen como justicia, el dolor y los golpes como algo cotidiano, qué día dejamos que el crimen permeara nuestra percepción del mundo, cuándo nos deshumanizamos y tachamos de “otros” a los que no son como nosotros?
Recordé la anécdota de un niño que plantea al abuelo. ¿Qué pasaría si se matara a todos los secuestradores y ladrones, abuelo? Y el hombre señala:
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