Aplaza juez indefinidamente sentencia de Trump por caso de Stormy Daniels
GUADALAJARA, Jal., 20 de abril de 2016.- Probablemente Marco Antonio García, como muchos otros ecuatorianos en su país, tenía un plan trazado para después de la reunión que atendía, fuera que iría a su casa a descansar, o a comprar lo que faltaba en su refrigerador. Nada, por simple o importante hubiese sido, pudo cumplirse a cabalidad la noche del pasado sábado, 16 de abril, en Ecuador.
El devastador terremoto de 7.8 grados en la escala de Richter que removió tierra y toda fibra humana, sentimientos, miedos de quienes allí se encontraban durante lo que se convirtió en tragedia, lo describe García como un terror que parecía nunca iba a terminar.
“Estaba en una reunión con aproximadamente 40 personas de todas las edades, cuando el sismo empezó. Con el tiempo sólo esperaba que pasara rápido, pero transcurrían los segundos y únicamente aumentaba la intensidad del movimiento telúrico. Fue diferente a otros que experimenté, muy largo”, expresó el ecuatoriano a Quadratín, tres días después del suceso, aún con la conmoción tatuada en su memoria.
“No sabía si salir del salón donde me encontraba o permanecer allí. De pronto, mientras cavilo sobre mis posibilidades, comenzaron las primeras reacciones: damas de edad avanzada se desesperaron y comenzaron a salir sin orden del lugar, entre lágrimas y gritos y ya sin energía eléctrica. Fue un tiempo de shock”, manifestó.
Marco Antonio se encontraba en Guayaquil, provincia de Guayas, a 367 kilómetros (3 horas) de Pedernales, Manabí, donde fuera el epicentro del sismo de casi un minuto, que tuvo una profundidad de 20 kilómetros.
En esa entidad se cayó el puente de la avenida Las Américas, el centro comercial San Marino sufrió averías, se hicieron grietas profundas en uniones de puentes y las paredes de varios edificios presentaron fisuras. “Las paredes de la casa en donde estaba se trizaron y las baldosas del piso se levantaron”.
De la tragedia que muchos aún no levantan cabeza, que vulneró la confianza de la gente en la apacibilidad de la naturaleza, pueden sin embargo rescatar un aspecto positivo: “La generosidad de la gente se ha mostrado día a día con esto de las ayudas humanitarias. El pueblo ecuatoriano, aunque está muy afectado, entiende que lo sucedido ha sido una enseñanza para valorar lo que Dios nos ha dado, y para unirnos aún más”, exteriorizó García.