BRUSELAS, 23 de marzo de 2016. – Amaneció gris Bruselas este miércoles. Con un cielo plomizo, a punto de derrumbarse. Con el pavimento mojado poniendo fin a unos días en que parecía llegar una falsa primavera. Una ilusión que coincidió con la captura del hombre más buscado de Europa, Salah Abdeslam, cuatro meses después, también con la “neutralización”, como lo llamó la fiscalía belga, de uno de sus cómplices en el barrio de Forest desde la mirilla de un francotirador de élite. Unos días en los que los agentes franceses daban la patada en la puerta junto a sus colegas belgas para dar con la guarida del yihadista como así lograron finalmente.
Pero todo ese éxito, toda esa sensación de que las criticadas fuerzas de seguridad belgas estaban por fin controlando la situación, se vino abajo este martes con la acción de los suicidas en el aeropuerto de Zaventem y las explosiones en el metro de Maelbeek, junto a las instituciones europeas, que costaron la vida a al menos 30 personas. Y el golpe fue duro.
De acuerdo con el diario El País, Bruselas despertaba con su paisaje de bicicletas rumbo al trabajo, obras en marcha y funcionarios entrando en las instituciones europeas. Las calles aparecían más vacías de lo normal y en las conversaciones seguía latente el recuerdo de los sucesos de este martes. “Anoche había mucho ruido de policía”, contaba una española por móvil con los auriculares puestos en el portal de su edificio.
Banderas belgas, europeas y de delegaciones diplomáticas ondeaban a media asta, la zona del atentado del metro permanecía cortada por un amplio cordón policial permitiendo a bicicletas y peatones pasar por un tramo de carretera frente a la Comisión Europea por el que cada día suelen pasar miles de vehículos.
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