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PUERTO VALLARTA, Jal., 16 de agosto de 2025.- Ahora que hablamos de submarinos, el cronista de Puerto Vallarta, Moisés Hernández, nos presenta una gran historia de esta ciudad quédate de finales del siglo 19.
Acá dejamos la redacción integra que presenta el cronistas vallartense:
Hablando de submarinos en la Bahía de Banderas…
Un submarino de la Armada de Chile, el SS-20 Thomson, se encuentra fondeado en la bahía como parte de una visita operacional. Su presencia despierta la curiosidad y la controversia entre la población vallartense. Este hecho trae inevitablemente a la memoria un relato extraordinario que recogió doña Margarita Mantecón de Garza en su libro "Primer Centenario de Puerto Vallarta, 1851–1951".
Les comparto íntegramente la crónica de lo sucedido, según la memoria oral:
El día 10 de julio de 1898, los pescadores se alarmaron. Desde su punto de reunión “Las Islas Marietas”, divisaban hacía ya tres días el periscopio de un submarino, y esa mañana, antes de que saliera el sol, lo vieron emerger de las aguas y arrimarse demasiado. Temerosos como estaban de lo desconocido, se introdujeron a las grutas que forman salones amplísimos en ese lugar. Pero no estaban tranquilos, pensando que de un momento a otro podrían volar esas Islas. Al rato escucharon pasos y voces. Hasta el fondo se escondieron, pero los tres hombres que entraban les hablaban agitando sus pañuelos blancos. Los pescadores se acercaron y perdieron el miedo cuando los obsequiaron con cigarros y dulces. Ninguno se entendía, y por ademanes comprendieron que deseaban un guía para “Punta de Mita”. Tres de los quince pescadores se embarcaron con cada uno en su canoa. La de los extranjeros era de hule y se quedó en “Las Islas”. Ya tranquilos los demás se pusieron a contemplar el submarino. Quisieran haber tenido alas para llegar al Puerto y que toda la población lo viera. Ese día no pescaron, lo sentían de fiesta. Los que se internaron en Punta de Mita, no regresaban; pero los pescadores sabían que el entrar allá era perder todo el día. Y llegó la noche; inútil espera. Al rayar el alba despertaron; no habían llegado sus compañeros y el submarino se había esfumado; sólo les quedaban la lancha de hule, los dulces y los cigarros.
Cuando llegaron al Puerto, gran alboroto causó y casi no les querían creer aunque les mostraron los cigarros. Un grupo considerable en lanchas grandes se hizo a la mar hacia “Las Islas Marietas”, y cuando miraron la lancha de hule se alarmaron, y se dispusieron a ir en busca de sus compañeros y de los desconocidos. Mas, cuando ya estaban a punto de abordar sus lanchas, vieron surgir de entre las aguas al submarino. A poco, de allá y de acá se hacían señales que nadie entendía. Se rifaron a águila o sol a ver quiénes iban hacia el submarino. Les tocó a seis, pero, la verdad, no se atrevieron; se les figuraba que se hundiría aquel barco tan grande y arrastraría con ellos al fondo del mar. Tal vez, desesperados los del submarino resolvieron venir en otra lancha de hule. Ya todos reunidos en “Las Islas Marietas” más que hablaban hacían ademanes; querían que los llevaran a Punta de Mita para buscar a sus compañeras; aceptaron los del Puerto, pues deseaban lo mismo. Pero esta vez fueron todos. Ya anocheciendo regresaron sin haber encontrado a los otros. De acuerdo se pusieron los alemanes, pues, tal era su nacionalidad, y los del Puerto para volver al otro día, y si acaso les agarraba la noche, traerían linternas. Los alemanes regresaron al submarino que se sumergió con ellos para ir quién sabe adonde. Y los del Puerto regresaron. El rumor de una desgracia cundía en la boca y en los ánimos. A las tres de la mañana, los del día anterior, más Don Guadalupe y sus hermanos, se hicieron a la mar. Llegaron a las “Islas Marietas” y el submarino no aparecía, solo como testigo de los que faltaban, ahí estaba la lancha de hule.
A las 6 de la mañana brotó del barco y momentos después ocupaban otra lancha de hule que los traía a Las Islas. Como siempre, ninguno se entendía, pero no hacía falta. Todos volvieron a embarcarse rumbo a Punta de Mita. Prevenidos iban los del Puerto con alimentos y cobijas. Todo el día, toda la noche, hasta que no dejaron ni un pedazo de tierra sin buscar. Pero ese lugar es más misterioso que difícil. Ni pensar que los indios los hubiesen secuestrado, porque no encontraron más que animales de la selva y ni un solo rastro de ser viviente. Como recuerdo de aquella desgracia los alemanes dejaron la lancha de hule de sus compañeros desaparecidos y se sumergieron rumbo a no sé adonde.