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GUADALAJARA., Jal. 15 de junio de 2025.- Una queja recurrente es que el Día del Padre no se festeja tanto como el de la madre, pero en tiempos recientes, el papel de los también llamados reyes de la casa se ha diversificado, modificado, ampliado, y cada vez se involucran en la crianza de sus hijos.
Hay casos que son, por decir lo menos, ejemplares, por que enfrentaron con valentía y amor los grandes desafíos, como Diego de Jesús González Beltrán, quien es papá de Andrés y Pablo, dos jóvenes con autismo y dislexia severa que lograron estudiar medicina. Su historia es un homenaje a la paternidad incondicional, al amor que desafía diagnósticos y a una familia que eligió avanzar, pese a todo.
A Diego le dijeron que su hijo Andrés “no iba a servir para la escuela” y que quizá, con suerte, podría administrar una tiendita. A Pablo, su otro hijo, le descubrieron autismo mucho después, cuando ya era evidente que no solo compartía el diagnóstico con su hermano, sino también una inteligencia aguda y una tenacidad inquebrantable. Hoy, ambos estudiaron medicina en la Universidad de Guadalajara. Contra todos los pronósticos. Contra los prejuicios. Con el amor como principal motor.
Diego es ingeniero en electrónica, pero su mayor título, asegura, es ser papá. Y lo dice sin dudar: “Si volviera a empezar, no cambiaría nada. Me siento orgullosísimo de ellos”.
Sueños rotos, sueños nuevos
Cuando Andrés nació, algo llamó la atención de inmediato: no durmió en todo el día. Después vinieron señales que no encajaban con lo esperado. Hablaba como Yoda, tenía habilidades matemáticas avanzadas, pero dificultades extremas para escribir el signo “más”. Años más tarde, vino el diagnóstico: autismo y dislexia severa.
A Pablo lo diagnosticaron hasta los 12 años. Su autismo era menos evidente, pero igualmente retador: le costaba encontrar palabras, confundía conceptos, tenía lapsos de desconexión y una persistencia implacable. “Si él quería algo, no había poder humano que lo hiciera desistir”, recuerda Diego entre risas.
Una familia en la trinchera
El sistema no ofreció soluciones. “Nos dijeron que no iba a servir para las matemáticas ni para la escuela, que lo sacáramos y esperáramos a ver en qué era bueno. Pero Irene y yo nos miramos y dijimos: ¿nos cruzamos de brazos o le entramos? Y le entramos”.
Irene, psicóloga de profesión, dejó su trabajo para dedicarse de lleno a las terapias de sus hijos. Diego se convirtió en el proveedor, el chofer, el respaldo incondicional. “Nos tocó inventarnos terapias, buscar albercas con descuento, hacer catrinas para mejorar motricidad. Lo que fuera necesario”, dice.
La familia aprendió a luchar con lo que tenía. “Siempre está la duda de si estás haciendo lo correcto. Pero ves los resultados y piensas: no vamos tan mal”.
La sociedad, el obstáculo más duro
Para Diego, el mayor reto no ha sido el diagnóstico, ni las terapias, ni el esfuerzo económico. Ha sido la mirada de los demás.
“La sociedad ha sido lo más difícil. A veces piensas: Diosito, ¿por qué me mandaste esto a mí? Tal vez te equivocaste. Pero luego ves lo que tus hijos logran y dices: no, estaban destinados a algo grande”.
Lo dice con firmeza: “Mis hijos no pidieron estar aquí. Yo los traje al mundo y es mi responsabilidad. No son una carga. Es como ir a trabajar: cuesta, pero lo haces con gusto y con amor”.
Un hogar de amor, estructura y fe
En entrevista con Quadratín Jalisco reveló que en los momento más duros la fe ha sido su ancla. “Nosotros creemos en Dios. Él ha puesto las herramientas, las personas, las oportunidades. Hacemos nuestra parte como si todo dependiera de nosotros, pero confiamos como si todo dependiera de Él”.
Aunque reconoce que no todos comparten esa visión, para él no hay duda: “Vale la pena creer. Es lo que nos sostuvo cuando parecía imposible”.
Orgullo multiplicado
Hoy, Andrés hace prácticas en el Hospital Civil. Ha demostrado más conocimiento que residentes en exámenes de fármacos pediátricos. Pablo, por su parte, quiere ser forense y ha sorteado obstáculos académicos con creatividad y disciplina. “Cuando dijeron que no iban a servir para nada, y ahora los ves así… es un orgullo enorme”, dice Diego emocionado.
También reconoce el papel fundamental de Irene. “Ella ha estado al pie del cañón. Yo solo soy el chofer… y el que paga cuando alcanza”.
A otros papás: “Agárrense de algo, pero no huyan”
A quienes enfrentan un diagnóstico reciente, Diego les dice: “No huyan. Háganse responsables. Nuestros hijos no necesitan lástima, necesitan padres presentes. No todos nacen en cualquier familia. Hay una razón por la que llegaron contigo”.
Concluye con una frase que lo resume todo:
“Ellos saben que yo los defiendo. Son mis hijos, y mientras yo esté, a ellos no los toca nadie”.