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Genio y Figura
Gobierno acéfalo
La enfermedad del presidente López Obrador ha dejado al desnudo el estilo personal de gobernar. México es un país de un sólo hombre. Quien, además, gusta y ejerce la concentración desmesurada de poder. El show matutino ha quedado sin el actor protagónico y los de reparto no llenan la pantalla. Pero, más grave aún, la administración pública ha quedado estancada.
No se trata de la falta de capacidad del gabinete. El problema es la exacerbada concentración de poder en el líder del gabinete. Ya lo comentamos en otras entregas. El propio titular del ejecutivo ha dejado en claro que requiere de colaboradores incondicionales a sus designios, incapaces de confrontar, cuestionar y menos aún, revertir alguna de sus indicaciones.
Este ejercicio centralista y autoritario del poder, aunque en el discurso se presente como el más democrático de la historia, resulta evidente. Cuando el poder provoca dependencia en los subordinados, es señal de que el poderoso usa esta facultad para servir a sus propios intereses. Cuando un líder es capaz de empoderar a sus subordinados y de hacerlos crecer mediante la responsabilidad compartida y la capacidad de decisión, entonces empata con los intereses y las metas de quienes le siguen, de la organización y del proyecto que representa.
López Obrador encarna el poder omnímodo, Y en este momento, con la posible excepción del canciller Ebrard y los mandos militares, el resto del gabinete es un espectáculo lamentable de infantes emocionales caminando en círculos, a la deriva. Niños esperando la señal autoritaria del gran padre que les conduce en todo momento. El presidente redujo a escolares de primaria a sus calificados colaboradores. Es el estilo de gobernar.
No es gratis que tantos cercanos hayan renunciado, a tantos puestos. La justificación, con ribetes históricos, mal aplicados, de que a Juárez le renunciaban con más frecuencia, es muy desafortunada. Habría que indagar si en su estilo, el benemérito fuera tal vez un líder con gran concentración de poder en sí mismo, y no el demócrata que tanto nos ha pintado la historia oficial, pero eso es harina de otro costal.
Lo que interesa en el aquí y en el ahora, es la ineficiencia del Gobierno Federal y la atroz dependencia de su líder. Con errores o con aciertos, el presidente demuestra que, sin él, el barco queda a la deriva. Y todavía nos quedan algunos días de cuarentena. El país demanda acciones inmediatas para detener la pandemia, que en este momento está fuera de control. La economía ya no aguanta y algunos sectores que sobrevivieron al 2020 están en el borde de la extinción. Y el binomio hambre-necesidad de salir sigue cobrando vidas, incrementando contagios y generando más hambre y más necesidad.
Lo peor es que aún con el presidente al mando, este panorama, excepto en el discurso matutino, no parece revertirse. La estrategia de vacunación avanza a tropezones y no hay ninguna señal de alivio a empresas, desempleados y mexicanos que sobreviven en la economía informal.
Frente al panorama de hoy, quedan algunas opciones:
a) Ante la desolación y el luto, por fin ocurre lo que tanto ha tratado de contener López Obrador: la pandemia se politiza en su contra. Los catorce días de cuarentena pueden afectar a sus estrategias de contención
b) Ante la debacle económica de muchos sectores, la incompetencia del gobierno federal pasa también una factura importante a su proyecto
c) La legitimidad y popularidad con que cuenta el presidente le harán ver como necesario, luego de la exhibición de incompetencia, involuntaria, de sus subordinados. Su figura al mando puede revertir el malestar popular y su capacidad discursiva puede, al menos en el amplio segmento que conserva a su favor, evitar la politización de la pandemia, en sentido contraproducente a su proyecto.