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Libros de ayer y hoy
La curiosa popularidad de Andrés Manuel López Obrador
La popularidad del presidente es una incógnita para muchos analistas de encuestas, que no se alcanzan a explicar cómo, no solamente no ha perdido popularidad, sino que la ha aumentado, y cómo, con toda certeza estadística, la mitad, más varios puntos, del país, aprueba su gestión.
Los analistas no entienden cómo es que el gobierno federal aparece reprobado en casi todos los rubros de su gestión: seguridad pública, economía, salud, manejo de la pandemia, y un largo etcétera de temas, en los que la aprobación popular desciende muchos puntos porcentuales con relación a la imagen del presidente.
Una de las razones medulares está en una dicotomía social que el primer mandatario maneja como un auténtico manager de grandes ligas: la propaganda afectiva, las emociones del país.
López Obrador ha dividido a México en dos, pero no como algunos sesudos defensores de su causa argumentan, en ricos y pobres, ya de por sí divididos por una brecha económica brutal, ocasionada por el neoliberalismo. No, la división de México es afectiva, entre seguidores y adversarios. El presidente mantiene en su show de propaganda de todas las mañanas una tensión emocional suficiente para reventarle los nervios a muchos, pero él tiene el control de ese proceso colectivo. El afloja o el aprieta esos nervios, él genera coraje, animadversión o molestia…Él gesta euforia, alegría, o entusiasmo.
Nadie cuestiona en el show mediático, y no me refiero a los corifeos de la prensa en redes, sino a los espectadores de la mañanera, el estado ruinoso de la economía, la evasión de las inversiones, el incremento devastador de casos de covid en el «rebrote», las limitantes evidentes en el sector salud, los deficientes procesos educativos que enfrentan las mayorías en esta contingencia, el incremento de casos delictivos, y ese largo etcétera de temas, que en las encuestas aparecen como tópicos reprobados por el Gobierno Federal.
Nadie las cuestiona, porque el show es emotivo. Tiene como objetivo, y lo logra, mantener el estado de tensión, el clima de animadversión de una mitad hacia la otra. Mientras los seguidores tengan pretexto, aplauden cualquier ocurrencia, cualquier simpático chascarrillo, o hasta cualquier denostación, fuera de lugar, siempre y cuando sea aplicada contra los «adversarios». López Obrador tiene en vilo a su gente, a la nación entera. Familias completas se fragmentan y amistades se dividen por la dicotomía emotiva. Mientras unos y otros se crispen entre sí, los temas de gobierno seguirán pasando desapercibidos.
Ya lo hemos mencionado, Andrés gobierna con el discurso y lo hace tan bien que aparenta estar haciendo mucho cuando en realidad hace poco y habla mucho. Pero en su abundante decir, conecta fuerte con las emociones populares: El discurso del presidente victimiza al presidente. «Ningún presidente había sido tan atacado desde Madero», le atacan porque ya se acabaron los privilegios. Le atacan porque ya no hay corrupción. ¡Pobre presidente! La gente se identifica con el débil y si pretende ser justiciero mucho más.
El discurso de López Obrador funciona, no porque el pueblo sea iletrado, mal juicioso o mal educado, el tema no pasa por la razón. Las masas son mayoritariamente emotivas y esperan intensas sensaciones, en lugar de notables ideas, emociones en vez de argumentos. La cultura de masas, es emocionante, la cultura de élites es racional.
El presidente sigue dando lecciones de comunicación política al país, a sus seguidores y a sus adversarios. Y mientras la estrategia le funcione, los analistas, racionales, seguirán sin explicarse como su popularidad, afectiva, contrasta tanto con su desempeño, efectivo.
Ante este panorama, las opciones de hoy:
a) El discurso funciona. Con carencia de argumentos y exceso de estimulación afectiva el presidente puede obtener la legitimidad necesaria para gobernar.
b) El discurso mengua. La excesiva tensión nerviosa a la que está sometido el dividido país, tenderá a desatender, paulatinamente, a la fuente de la tensión.
c) El discurso se agota. El cansancio emocional podrá al cabo de un tiempo abrir estrategias de reconciliación, o ampliar el debate hacia las ideas….
d) El discurso se excede, ante tanta carga emotiva, el país termina rompiéndose, como cuerda, por lo más delgado…