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Visión Financiera
Antes se decía televisor, ahora se dice pantalla; antes se decía teléfono, ahora cel o “esmarfón”.
Así, muchas cosas han ido cambiando de nombre o se han agregado nuevos términos para designar objetos o situaciones antes desconocidas. “Mándame un whats”, pedimos, cuando antes decíamos: “mándame un mail”, y más atrás “me dejas un recado, o un papelito”. No usábamos la palabra ‘digital’ con tanta maestría. Hablábamos de números dígitos en la clase de matemáticas, y después, hubo estéreos digitales -porque tenían botoncitos en vez de la ruedita con la que sintonizábamos las frecuencias radiales-.
Y es que todos estos cambios generan nuevos nombres. A los apelativos, que ya estaban, se les asocian nuevos conceptos o ideas. Esto provoca —entre otras cosas— la confusión de los términos, o sea, el no entender las palabras y, en otros casos, el ignorar muchas de ellas. Por eso muchos usan el término ‘deste’ para referirse a algo: “Pásame el deste” o “se me olvidó la desta”.
Pero, lo más grave es que se provoca un caos semántico (de significado). No sabemos dar nombre a objetos y situaciones. Y es que, la realidad o el ser de las cosas, tiene un nombre o debe tenerlo, (incluso en el Génesis se menciona que Dios puso a Adán a nombrar lo creado). Y con este vértigo de nuevos nombres o de nuevas cosas que usan un nombre de otras, ya conocidas, creamos confusión o la tergiversación de lo real.
Así, multiplicamos términos equívocos, que son el mismo nombre para cosas muy diferentes. Por ejemplo, el término ‘gato’ designa a un animal y un juego, pero también, es un sirviente o un objeto para levantar un auto y cambiarle la llanta. Y eso es lo de menos. Hoy tenemos una sola palabra para muchas cosas.
Tanta confusión provoca también, en muchos, el alejamiento de las ganas de aprender todas las denominaciones, y se crea lo que llamamos una restricción semántica. Así que, no nos sorprenda que nuestros jóvenes y, buena parte de la población, tengan sólo unas cuantas palabras para nombrar las cosas.
Hagamos un ejercicio: escuche a un grupo de muchachos (hoy les dicen milenials) y cuente las palabras y el número de veces que las repiten. Advertirá que las más usadas son ‘mames’ y sus derivados ‘wey’ y otras, pocas, pero innombrables.
Así que, pongamos más atención —los padres de familia— desde que nuestros hijos empiezan a hablar. También, es necesario que los docentes atiendan esta situación, no sea que luego regresemos a la Torre de Babel, pero al revés: nos quedaremos sin palabras.