Niega Sheinbaum salida de Adán Augusto como líder de Morena en el Senado
El abogado del diablo Disculpar un acto atroz es más terrible que el crimen mismo. Cercenan las manos en aras de que eran bandidos y la opinión pública lo da por “bien hecho. Lo merecían”.
Después se atribuye a un acto de grupos criminales y entonces si se dimensiona el horror de lo efectuado. Dispara por la espalda a unos bandidos y les da el tiro de gracia un justiciero anónimo.
El silencio complaciente da por bueno ese acto. Una mujer es acorralada por empleados de una taquería y después uno de ellos le da tres puñetazos en el rostro. Testigos aseguran que ella propicio esto. ¡Basta ya! El acto violento nos lacera a todos.
No podemos vivir en un mundo de horror donde vemos como cotidiano o “merecido” un acto de violencia y odio. La justicia por propia mano se da en la barbarie y grupos homicidas, no en una sociedad de personas que trabajan, aman y sueñan como la nuestra.
¿En qué momento aceptamos el odio como respuesta, el crimen como justicia, el dolor y los golpes como algo cotidiano, qué día dejamos que el crimen permeara nuestra percepción del mundo, cuándo nos deshumanizamos y tachamos de “otros” a los que no son como nosotros?
Recordé la anécdota de un niño que plantea al abuelo. ¿Qué pasaría si se matara a todos los secuestradores y ladrones, abuelo? Y el hombre señala:
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